El enigma que acompaña a esta cruenta cultura es su sangriento dios Huitzilopochtli. ¿Qué era aquella ave voladora a la que llamaban águila blanca, y que a momentos los acompañaba e inclusive daba instrucciones a los sacerdotes aztecas?
Huitzilopochtli les exigía sangre humana a cambio de su protección. Lo mismo ocurrió con el sangriento Tláloc, a quienes dedicaron dos templos en su majestuosa pirámide erigida por los tlatoanis de la Triple Alianza y engrandecida por cada sucesor hasta levantar una mole de 66 metros de altura, donde sacrificaban humanos arrancándoles el corazón. En la simple inauguración del gobierno de Ahuizotl se mataron en un par de días veinte mil víctimas. La sangre era tanta que pintó de rojo las escalinatas del teocali.
¿Eran acaso tontos los aztecas para dejarse engañar por un timador que exigía sacrificios humanos a cambio de lo que podía proveer la misma naturaleza sin ningún problema?
Cuando uno mira a la Coyolxauhqui en el museo del Templo Mayor se queda pasmado. Aquella diosa monstruosa descuartizada, es la hermana del mismo Huitzilopochtli, asesinada por él mismo al salir del vientre de su madre Coatlicue a enfrentar a sus celosos hermanos, quienes querían matarlo. Coyolxauhqui la instigadora mayor, es aniquilada por el letal dios de la guerra por atentar contra el infernal bebé.
¿Acaso los griegos, sumerios y egipcios estaban igual de locos al tener como dioses monstruos con cabezas y extremidades de animales? Eso era lo que veían, y en sus estatuas y grabados los representaban así.
Tláloc, otro sangriento dios azteca llevaba unas gafas redondas en sus ojos para adaptarse a la visión de nuestro espectro de luz. Aquel ente ultraterreno exigía sangre a cambio de agua bebestible y buenas cosechas. Esos dioses llegaron de visita a la Tierra y sometieron y dirigieron a los arcaicos pueblos con los que les tocó encontrarse.
Aquellos templos gemelos que se encontraban sobre las cimas de los teocalis, uno azul, el de Tláloc y el otro rojo, el de Huitzilopochtli, eran unas auténticas sucursales del infierno. El mismo Hernán Cortés vomitó de asco al mirar cientos de corazones podridos dentro de las fauces de piedra de Huitzilopochtli. Ganas no le faltaron en ese momento de destruir ese diabólico ídolo, pero la cordura y respeto obligado como invitado de Moctezuma, lo privaron de hacerlo, aunque meses después lo consiguió al destruir por completo el Templo Mayor al conquistar definitivamente Tenochtitlan.
La obsesión de Huitzilopochtli por la sangre es repetida por otros supuestos dioses como Tláloc, Yahvé, Baal, Moloc y Dagón. Siempre obsesivos en que se les entregue sangre y vísceras frescas a cambio de bienestar y tranquilidad para sus pueblos protegidos.
Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca” y “Santa Anna y el México Perdido”; “Juárez ante la iglesia y el imperio”; “Kuntur el inca” y “Vientos de libertad”.
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