Historia de México

Anecdotario Histórico: ‘Entre conspiradores se entienden’

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Redacción: Alejandro Basáñez

El capitán de Dragones de la Reina,  Ignacio Allende Unzaga, decidido de una vez por todas en convencer al famoso cura de Dolores para que se uniera a la conjura de Querétaro,   finalmente se reunió con él, en una clandestina cita en Dolores, Guanajuato.

   —Me honra usted con su visita, capitán Allende —dijo Hidalgo, mientras caminaba con él por los  andadores del jardín de su casa. El cura vestía con una levita negra, botas negras a la altura de la rodilla y un sombrero de fieltro del mismo color, para proteger su cráneo de  los ardientes soles del Bajío.

   —No nos veíamos desde aquella novillada en San Luis Potosí, padre, hace, si no me equivoco, diez años.

   —Así es, capitán. Recuerdo que nos presentó el brigadier Félix María Calleja en ese entonces.  

   Allende lucía un elegante traje de caporal color gris con chaqueta negra. Sus fuliginosas botas reflejaban el sol como si fueran de obsidiana. Su encrespado cabello negro y largas patillas del mismo color, le daban un  toque juvenil y vigoroso.

   —Muchas cosas relevantes han ocurrido desde aquel día, padre.

   —Muy cierto. La invasión francesa a España y la creciente inconformidad de la Colonia por buscar su propia identidad y  gobierno, independiente del nefasto Pepe Botella y el recluso Fernando Séptimo.

   Hidalgo, al final del jardín mostró a Allende un montículo donde había cientos de arcos y flechas, fabricados por él mismo en su ansiado plan de rebelión. Una lona color verde los cubría de la humedad y sol de aquel huerto.

   —¿Sabe disparar con arco, capitán?

   Hidalgo extendió un arco con su respectiva flecha al centro. El capitán frunció el ceño en sorpresa. Allende era un experto tirador con pistola y rifle, pero en su vida había disparado una flecha. Con detenimiento reviso el detallado trabajo en madera en el arco. Su admiración por el cura creció aún más: Qué mayor prueba de su adhesión a la conjura que la fabricación masiva de estos artilugios.

  —Me doy cuenta que con esto usted busca armar adecuadamente a sus hordas de indios. Una pistola o rifle es algo ajeno  para ellos, más no ésta ancestral arma, que ellos manejan con precisión increíble desde tiempos lejanos. 

  —Tengo almacenado también un arsenal de hondas, machetes, cuchillos, lanzas y flechas, capitán. Además de algunos cañones que yo mismo he fundido.  ¿Cómo anda usted de preparado, capitán?

   Allende esbozó una sonrisa de confianza y triunfo al escuchar aquella confesión y apertura del cura de Dolores.

  —Es usted muy famoso, padre. Sus ideas libertarias coinciden con los intereses de la Conjura de Querétaro,  la cual yo orgullosamente encabezo. Contestando a su pregunta, tengo a mi lado el apoyo de un grupo de agudos letrados. Acaudalados comerciantes como los  queretanos Epigmenio y Emeterio González, dispuestos a invertir en la causa. Militares de alto rango, amigos míos, como los capitanes Juan Aldama y Mariano Abasolo, todos ellos miembros  del ejército colonial. Cuento con la lealtad y apoyo del corregidor de la ciudad de Querétaro, don José Miguel Domínguez, junto con su bella e intelectual esposa Josefa Ortiz. El presbítero José María Sánchez, los abogados Parra, Laso y Juan Nepomuceno Mier y Altamirano, Francisco Araujo, Antonio Téllez, Ignacio Gutiérrez, el regidor José Ignacio de Villaseñor y Cervantes, la valiente Leona Vicario, Mariana Rodríguez del Toro, con su esposo Manuel Lazarín; el capitán Joaquín Arias y los tenientes Francisco Lanzagorta y Justo de la Cruz Baca.

  —¡Asombroso capitán! Vayámonos sin más rodeos. Por sus cartas y presencia aquí, sé lo que quiere de mí, y puede contar con mi incondicional ayuda en la conjura. Si le hice saber en una de mis últimas misivas, que no lo apoyaría hasta  no verle una estructura completa y sólida a su alzamiento. Ahora si la vislumbro. Después del fracaso de la pasada conjura de Valladolid, usted ha hecho los arreglos pertinentes para no incurrir en el mismo error que ellos.  No nos podemos dar el lujo de fracasar. 

  —No fracasaremos porque cuento con usted como el líder moral e intelectual de la conjura, padre.

  —¿Líder moral e intelectual?

   Allende disparó el arco  sin ni siquiera tocar el bulto de paja donde descansaba la diana. Hidalgo sonrió burlón ante la falla del capitán.

  —La cuestión es sencilla, padre. Usted dirija a todos los indígenas y pueblo en general, yo me encargo de la parte militar con mis colegas. Con su invaluable ayuda lograremos nuestro cometido.

  —Hay algo que le anticipo, capitán. Usted planea expulsar a los gachupines a la península.  Tomar todas sus propiedades aquí, para luego repartirlas entre nosotros y el pueblo, en sí, entre  todos los que nos secunden en la rebelión. 

   La siguiente flecha por fin tocó el bulto de paja. Hidalgo tomó su arco y disparó la suya, acertando en el centro de la diana. El capitán abrió los ojos en gesto de sorpresa.

  —¡Admirable! ¡Un cura sagitario!  

   Hidalgo clavó sus sutiles ojos verdes sobre el capitán, como si estuviera sobre el púlpito en uno de sus sermones dominicales.

  —Yo sólo le anticipo que ningún gachupín se embarcará  voluntariamente a España, dejando aquí lo suyo,  salvo que sea tieso y dentro de una caja de pino.

  —Esperemos que no sea así, padre. De lo contrario será una rebelión muy sangrienta que arrebatará muchas vidas.

  —Nadie entrega el poder por la buena, capitán. El poder se arrebata, no se pide.

 Los dos hombres que marcarían la historia de México, se miraron fijamente, estrechando sus diestras en señal de alianza y confianza.

  —No sabe cuánto me  alegra contar con su invaluable apoyo, padre.

  —Tiene el apoyo de mis miles de indios y de mi sapiencia para lograr este cometido, capitán Allende. Manténgame al tanto de los detalles y  la fecha exacta de la insurrección. Estaré listo para incendiar la Colonia con mi chispa libertaria.

  —Así lo haré, padre Hidalgo. Muchas gracias por ser de los nuestros.

   Esta vez la fecha de Allende dio en el blanco, insertándose junto a la del cura.

Autor de las novelas: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” de Ediciones B y “Juárez ante la iglesia y el imperio”; “Kuntur el Inca” y  “Vientos de Libertad” de Editorial Lectorum.  

Facebook @alejandrobasanezloyola

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