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Leo Acosta, el pintor, maestro y ser humano (…)

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Por: Margarita Estrada

Tuve el privilegio de conocer al pintor y litógrafo Leo Acosta cuando el Mtro. Mauricio Márquez Corona lo invitó a montar una exposición de su obra en las antiguas instalaciones del INEGI en Hidalgo; asiduo visitante de nuestra institución, ya sea para darnos una charla o mostrarnos sus nuevas pinturas y litografías, con el tiempo surgió una amistad entrañable.

Recuerdo al maestro Leo Acosta vivaz, su mirada profunda, cabello cano, sonrisa franca, voz fuerte y palabras contundente. Hombre sabio, sencillo, poseedor de una gran energía, tenía un don de gente envidiable, gustaba compartir sus conocimientos y experiencias e imbuir esa capacidad de asombro que tienen los niños para seguir aprendiendo. 

En un día, en la otrora ciudad de los palacios a dónde la vida le llevo, en amena platica, el maestro fijó sus ojos en la taza de café que tenía frente a él, en medio del bullicio de los comensales de la Casa de los Azulejos, sonrió y me dijo: “prenda su grabadora; empezamos con la entrevista. “Nací el 9 de diciembre de 1932 en el municipio de Alfajayucan, nombre propio que proviene del náhuatl “Lugar donde crecen los sauces del agua”, en Hidalgo, en una localidad pequeña que se llama “La Cañada”, ubicada en el Valle del Mezquital. Aún tengo presentes las imágenes del lugar en donde pasé los primeros años de mi niñez, era un paisaje árido, la casa donde vivíamos estaba rodeada de garambullos, nopales y palmas. En aquella época podíamos encontrar armadillos, zorros, tejones, coyotes, zorrillos, ardillas, conejos, liebres, águilas, zopilotes. La Cañada era un lugar pobre y olvidado; junto con mi familia emigramos a Tlalmanalco en el Estado de México, por un problema de amores que tuvo mi padre, luego partimos al Distrito Federal y llegamos a vivir a la orilla del Río Consulado”. 

“De mi infancia y juventud algo que nunca me agrado fue mi nombre, mis padres me bautizaron con el nombre de Leocadio, lo que me trajo muchos conflictos con otros niños y jóvenes que buscaban burlarse de mí, por eso con el tiempo solo me dejé el nombre de Leo”. 

Sus ojos brillaron, los recuerdos lo emocionaban, los temas venían sin preguntar. Rememoró las comidas que su señora madre le preparaba, “no faltaba la salsa de chile pasilla y el caldo de olla”, sonreí también, parecía saborearlo. Con mirada de niño travieso expresó, que se iba de mosquita en los tranvías que eran parte del paisaje urbano de los años 50’s, en el entonces Distrito Federal. Frecuentó los salones de baile, California, Fénix, los Ángeles, donde al ritmo de los sones de la época bailaba danzón, mambo y bolero. Disfrutaba ir al cine a ver las películas de moda y citó aquellos que hoy ya son historia: el cine Jalisco, Ermita, Teresa, Ángela Peralta, Brasil, el Granat y el Opera. Una película que le traía reminiscencias de aquella época, “Los Olvidados” del cineasta español, Luis Buñuel, retrató aquellos espacios físicos que frecuentó, “vivíamos en un barrio popular, con muchas carencias, con decirle que una de mis distracciones era ir a un edificio, que estaba ubicado frente a Bellas Artes, para hacer uso de las primeras escaleras eléctricas de aquellos tiempos”.

Leo Acosta trabajó incansablemente con un destino que él se forjó como grabador, litógrafo y pintor. “Comprendí mi vocación cuando trabajé en el taller de orfebrería de mi tío Cirilo Acosta” que él describió como una etapa oscura y triste porque laboraba rodeado de hornos y  ácidos peligrosos  que sentía lo asfixiaban, era una trabajo netamente artesanal, “en  esos claroscuros  descubrí como los metales se transformaban en un objeto que adquiría forma, dimensión, color; una jarra, un juego de té, artesanías, joyas,  eso me abrió los ojos para buscar la transformación de mis emociones en algo tangible como la pintura”. 

“¡Yo quería otra cosa en mi vida, no quería terminar mis días en el taller de mi tío! Siempre hay gente que encuentras en el camino, que comparte lo que sabe, que te abre nuevos panoramas, así me aventuré a pintar aprendiendo de otras personas, seguí sus consejos sobre teoría del color, técnica.  Poco a poco me adentré en el arte, busqué mi propio camino, dejé el taller y trabajé en distintos oficios, que me permitían subsistir y salir adelante.   Con la pintura además de expresar lo que yo quería, empecé a ganar dinero, hubo quien compró mis pinturas o los retratos que hacía”. 

En esa época el maestro Leo Acosta colaboró con Arturo Sánchez editor de las historietas de Walt Disney, él realizaba las calcas de las portadas, “en el camino aprendí de personas que amaban su oficio, no eran pretensiosas, si no gente de trabajo, creativas, de oficio”. 

A los 23 años ingresó en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” que ofrecía talleres abiertos a todo el público, principalmente a obreros y a campesinos. Estos eran gratuitos y daban libertad a los alumnos para el desarrollo creativo y artístico. 

 “Después de estudiar 5 años en La Esmeralda, pasé a la Escuela Nacional de Artes Gráficas, de la que egresé como maestro grabador; fueron 10 años de disciplina, entrega y pasión. En ambas escuelas perseguí mis sueños, abrí mis sentidos a nuevas experiencias de aprendizaje. En esa época como nadie me conocía, seguí el consejo de mi maestro Pedro Castelar, tenía que acercar el arte al pueblo, opté por exponer en kioscos y algunos espacios al aire libre.   Mis primeras pinturas y retratos reflejaban mi cariño hacia el Valle del Mezquital, su gente, el paisaje, la flora, su fauna”. 

Con el paso del tiempo el maestro Leo Acosta va ganando un lugar y se abre camino, expone en la “Sociedad Yucateca de Grabadores”, obtiene primeros lugares en algunos concursos en los que participa, su tenacidad lo lleva a colaborar como impresor con Roberto Montenegro, quien fuera muralista, pintor y escenógrafo, Julio Prieto Posadas también escenógrafo, académico e ilustrador y el arquitecto y pintor Juan O ‘Gorman entre muchos otros.  

En el año de 1960 fundó el taller profesional de grabado de La Esmeralda, del Instituto Nacional de Bellas Artes.

A los 37 años decide viajar a Paris, el Maestro Leo comentó: “tenía ansias, deseos, de conocer otros lugares, sabores, colores, culturas, por eso decidí salir de mi país. Con un patrocinio de la Organización de Promoción Internacional de la Cultura, que era un recurso económico, muy limitado y como no me alcanzaba para el boleto del viaje, vendí una prensa litográfica para pagarlo, contra todo pronóstico, lo logré, llegué a Europa. Mi corazón latió de emoción cuando después de llegar a Barcelona tomé el ferrocarril a Paris, aún recuerdo la satisfacción de estar sentado en una cafetería parisina.  Me reencontré con viejos conocidos y sin proponérmelo, como una coincidencia en mi vida, entré como aprendiz a los talleres litográficos de Henri Deprest, quien tiempo después me   contrató para trabajar con él”. En esa época el maestro Leo Acosta crea pinturas y litografías, participa en dos muestras colectivas en Paris.

De regreso a México empezó a ejercer la docencia en diferentes Universidades, en 1973 crea su propio taller de litografía, que fue su recinto de inspiración y creación hasta el día de su fallecimiento. En 1979 participó en la Onceava Bienal de Gráfica de Tokio. A lo largo de su vida fue miembro fundador de varias asociaciones de Artes Plásticas en nuestro país.  Fue un líder en el conocimiento de la litografía y sus diferentes técnicas; apoyó y asesoró en varios talleres a nivel nacional. Su obra fue expuesta en Inglaterra, Italia, Francia, Puerto Rico, Bélgica y Estados Unidos. 

En aquellos días cuando nos concedió esta charla para la sección a la Caza de letras de un periódico cultural, el artista trabajaba todos los días de 11:00 a 15:00 horas en su taller para plasmar en litografías y pinturas, sus sueños, anhelos, miedos, conflictos existenciales y pesadillas.  Las corrientes artísticas que reconoce influyeron en su obra fueron el “arte naif” o naturalista y el arte popular. 

El Congreso de Hidalgo le otorgó la presea Pedro María Anaya por sus grandes aportaciones a la plástica nacional, en el año 2018.

Leo Acosta murió a los 88 años en la Ciudad de México, el 25 de mayo del 2020.

La obra de Leocadio Acosta Falcón, Leo Acosta, estoy cierta, traspasa las barreras del tiempo y el espacio, porque son el reflejo de un maestro, un genio, un artista y extraordinario ser humano, que supo expresar a través de la pintura y litografía su creatividad, visión del mundo y de la vida. 

 “Soy un convencido de que el pintor no nace, se hace. El ser humano que termina cautivado por las bellas artes tiene que pasar por diferentes fases, para desarrollar la sensibilidad, creatividad y fortalecer el compromiso social. No acostumbro a dar ningún consejo, ya que ¿Dónde venden talento? En el quehacer artístico se requiere de constancia y disciplina.”

 “Dos conceptos rigen mi existencia, lo práctico y lógico. No sé cuánto tiempo me resta por vivir, pero hasta el último día seguiré afanado en mi pasión, que son las artes gráficas y la docencia. Así también seguiré involucrándome en proyectos que permitan acercar el arte a las instituciones, a la comunidad, sobre todo a los niños y jóvenes.” Leo Acosta. 

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