Por: Alejandro Basáñez
El bandido liberal Antonio Rojas, llegó a la Villa de San Juan del Teúl en Zacatecas, el 26 de enero de 1860. Con una fuerza que sumaba mil hombres, se dispuso a tomar a sangre y fuego la villa que era defendida por trescientos vecinos, entre los que se encontraban pobladores y soldados conservadores, fieles a la defensa de la Iglesia.
La resistencia de la villa del Teúl fue menguando en horas y los hombres de Rojas comenzaron a tomar casa por casa, matando a todos los hombres y formando a niñas y mujeres para distribuirlas entre las hordas vencedoras. Al finalizar la tarde, los pocos conservadores sobrevivientes se refugiaron en el templo parroquial pensando que alguna ayuda celestial los liberaría de la Hiena de Jalisco.
Los hombres de Rojas, como retando a Dios, desnudaron a todas las mujeres y comenzaron a violarlas repetidas veces en el templo, sin importarles lo sagrado del lugar y qué mujer perteneciera a quién. Como bultos sin conciencia ni resistencia, las mujeres pasaban de un soldado a otro con las piernas empapadas en líquidos fétidos, hasta desfallecer en el suelo por horas de abuso.
Al día siguiente, Rojas se dispuso a tomar el templo y a ejecutar a los doscientos conservadores que se refugiaron en la parroquia. Los doscientos conservadores fueron sacados al patio, muriendo cuarenta en la toma del edificio. Los restantes 160 hombres, fueron desnudados completamente y fusilados en masa como si fueran animales. Rojas gritaba hecho un demonio al escuchar hombres, mujeres y niños rezar y cantar al Señor.
—¡El Señor no existe, pendejos! El señor ahorita soy yo. Si existiera no me dejaría matarlos como a perros. Griten: ¡Viva la constitución o muera la religión! y a lo mejor dejó vivos a algunos —gritaba Rojas montado sobre su brioso caballo. Sus ojos brillaban con fulgores rojos como si encarnara al mismo Satanás. La cabeza de una niña de cuatro años explotó como un melón, al recibir la descarga de los fusiles de los liberales asesinos. Los soldados de Rojas remataban en el suelo con sus bayonetas a los que aún estaban vivos o no habían recibido bala alguna. El patio de la iglesia se anegó de sangre al taparse uno de los canalones con orines, materia fecal y lodo. Al día siguiente los asesinos partieron rumbo al sur, llevándose a las mujeres como sus meretrices. Muchas de ellas, como burla a Dios, vestían con las albas (ornamentos de los curas) de la iglesia recién saqueada. Años y años tendrían que pasar para medio borrar la cicatriz de este detestable genocidio, cometido por unos de los más despreciables líderes militares del bando juarista.
Cuando la Hiena de Jalisco tomaba una ciudad, acostumbraba mandar una carta bien redactada al desdichado padre de familia de la jovencita de sociedad que le hubiera agradado. El padre, desesperado, optaba por huir, entregarla, o morir entre las balas de los sicarios del temible bandido. Rojas decía que prefería pedirlas decentemente, a robárselas y tener que violarlas.
San Juan del Teúl no fue el único pueblo que arrasó la Hiena de Jalisco. Por años Antonio Rojas cometería todo tipo de asesinatos y robos en nombre de los juaristas en Jalisco, Michoacán, Aguascalientes y Zacatecas. El oro y riqueza acumulada por sus robos lo convertiría en una leyenda viviente de la Guerra de Reforma.
Santos Degollado, jefe del ejército juarista, avergonzado por las atrocidades de su polémico general, ordenó que se le detuviera, pero los triunfos de Rojas sobre los conservadores, le daban un toque de inmunidad con el que Juárez y sus generales no podían lidiar.
El único modo de que muriera esta víbora, es que fuera atacada por otra víbora de mayor tamaño. Este áspid conservador fue un general francés conocido como la Hiena Roja, que al igual que Rojas, se convirtió en el azote de los juaristas y de los pobladores del occidente.
Alfred Berthelin era un hombre de tipo afeminado, joven, de piel blanca, ojos azules y fino bigote. Cuidaba escrupulosamente cada parte de su cuerpo, a pesar de andar en campaña en la sierra. Vestía joyas y prendas que le daban un toque estrafalario. Su cuerpo olía a perfumes y pomadas importadas que lo distinguían a decenas de metros de distancia.
El 28 de enero de 1865, el coronel Antonio Rojas, el azote liberal de Jalisco, el asesino de doscientos conservadores en San Juan del Teúl, Zacatecas, se encontró con su destino en el rancho Potrerillos en Unión de Tula, Jalisco. Huyendo de Colima, ciudad que había atacado por sorpresa, fue acorralado por el ejército francés del capitán Berthelin. Sorprendido sin su montura, en un descanso en terrenos de la hacienda, Rojas y cincuenta de sus hombres fueron tomados en fuego frontal. Rojas fue balaceado por Berthelin, la Hiena Roja, otro asesino igual o peor que la Hiena de Jalisco.
El cadáver de Rojas fue exhibido por un par de días ante el asombro de la gente que no podía creer que un asesino así pudiera estar muerto.
El bandidaje de la Guerra de Reforma y de intervención, fue una consecuencia lógica en un país dividido entre dos gobiernos en pugna, en el que los que dominaban eran los que tenían las armas y los hombres.
Antonio Rojas fue el más temible bandido de esta época. Admirado y temido por otros bandoleros como Manuel Lozada, el Tigre Álica en Michoacán, al que dos veces derrotó y, el mismo Juan Chávez, contemporáneo de la Hiena y azote de Aguascalientes.
La Hiena Roja, Alfredo Berthelin, solía matar un mexicano cada día para sentirse bien y demostrarle a México que eran una raza inferior. En su diario personal, se encontró la escalofriante cifra de más de 500 mexicanos asesinados a sangre fría. La Avispa, como también se le conocía, fue derrotado en 1866 en Coalcomán, Jalisco. Su cabeza fue cercenada después de un gallardo duelo a espadazos con el jefe republicano Julio García. Para que la gente supiera que el asesino franchute había muerto, la apestosa testa, empapada en perfume, fue clavada en una pica para escarmiento de los franceses, que aún seguían peleando en México.
Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el fin del Imperio Azteca”; “Santa Anna y el México Perdido”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Juárez ante la Iglesia y el Imperio” y “Kuntur el inca”.
Facebook @alejandrobasanezloyola