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Anecdotario Histórico; Villa triunfa en Zacatecas

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Por: Alejandro Basáñez

La batalla de Zacatecas fue una de las batallas más decisivas y sangrientas de la Revolución Mexicana. Tuvo lugar el 23 de junio de 1914, y vistió de gloria al general Francisco Villa,  derrotando a las tropas del entonces espurio presidente  Victoriano Huerta. Esta conflagración  despejó el camino de la División del Norte hacia la Ciudad de México. Después de este duro golpe, los federales ya no pudieron ponerse en pie de nuevo.

Zacatecas representaba el último bastión del agonizante régimen huertista;  la última puerta del Ejército Constitucionalista  hacia la capital y control del país. La perla colonial era una ciudad rica en minas, historia, y la columna vertebral ferroviaria de todo el país. Carranza ordenó al general Pánfilo Natera, líder del Ejército del Centro, que la atacara, sin ningún éxito. Carranza, evitando a toda costa darle la gloria a  Villa en la toma de la ciudad, le pide cinco mil hombres y mantenerse al margen en el ataque. Francisco Villa, humillado  y ofendido por semejante propuesta, renuncia, dimisión que es rechazada por los mismos villistas, desobedeciendo a Carranza y lanzándose sobre la meca minera con todo y su idolatrado Centauro del Norte.

Francisco Villa confía la ofensiva al general Felipe Ángeles,  su artillero estrella. El 17 de junio de 1914, desde Torreón, Coahuila, parten dieciocho trenes  con  lo mejor del ejército de la División del Norte y los potentes cañones del experimentado artillero, alguna vez mimado por el exiliado Porfirio Díaz.

 La batalla dio inicio a las diez de la mañana del 23 de junio de 1914. Los villistas atacaron Zacatecas por todos lados, causando el temor entre los federales. El plan de ataque consistía en tomar simultáneamente con la infantería los dos cerros, el de la Bufa y el Grillo. El general Medina Barrón optó por defender su posición desde el cerro de la Bufa. El primer cerro en ser tomado fue el del Grillo, al no poder resistir la certera artillería de los veintinueve cañones de Ángeles, estratégicamente distribuyendo fuego hacia los dos cerros. El pánico se apoderó de los soldados del Grillo, cayendo en manos de la infantería villista a la una de la mañana. El cerro vecino, el de la Bufa, por tener a Medina Barrón vigilando de cerca a sus hombres, aguantó toda la noche  hasta el día siguiente a medio día. Sus hombres evitaban abandonar a su general por miedo a futuras represalias.

A la una de la tarde, Medina fue derrotado y el cerro de la Bufa con todo y cuadrilla fue tomado por los revolucionarios. La derrota se reflejó claramente en las calles zacatecanas. Decenas de soldados federales corrían desesperados para no ser alcanzados por la infantería villista en tierra. Soldados federales se despojaban desesperados de sus uniformes y carrilleras, como si estas estuvieran empapadas en ácido. La idea era confundirse con el pueblo zacatecano, al que ambos bandos deberían respetar.

La última oportunidad de los federales era llegar a Guadalupe, un pueblo a siete kilómetros en el camino hacia Aguascalientes, pero ahí los aguardaban siete mil furiosos villistas, para acabar definitivamente con ellos y ganarse la puerta de la Ciudad de México. Los federales que quedaron dentro de la ciudad fueron perseguidos para exterminarlos en una de las batallas más sangrientas y crueles de la Revolución Mexicana.

Desde los cerros aledaños los revolucionarios disparaban una mortal lluvia de balas que sonaba en los techos de las casas como una granizada del diablo. Ahí murieron justos y pecadores. Como podía, la gente buscaba refugiarse en el primer techo o casa que encontraba para evitar ser víctima del mortal plomo aéreo.

El coronel federal Bernal, en su desesperación de verse perdido ante la superioridad de los revolucionarios, decidió volarse con todo y municiones dentro de la  “Jefatura de Armas”, en un heroico acto de autoinmolación o de despreciable cobardía, antes de que ésta cayera en manos constitucionalistas. La explosión  voló en pedazos toda la manzana, desde el Banco de Zacatecas hasta el edificio de la “Palma”.

El estruendo fue tan fuerte que sacudió a toda la ciudad como si fuera un sismo. Robustas construcciones a cientos de metros de la explosión rompieron sus vidrios y en algunos casos hasta la fachada. Las construcciones alrededor de la Jefatura de Armas quedaron hechas añicos en una nube de polvo.

Presas del pánico, muchas personas decidieron abandonar la ciudad por temor a otra explosión. Cuando se encontraban caminando entre los dos cerros, a eso de la cinco de la tarde, otra copiosa lluvia plomo se hizo presente, aterrando, matando e hiriendo a docenas de personas.

No los veíamos caer, pero lo adivinábamos. Lo confieso sin rubor, los veía aniquilar en el colmo del regocijo; porque miraba las cosas bajo el punto de vista artístico, del éxito de la labor hecha, de la obra maestra terminada. Y mandé decir al General Villa: ¡Ya ganamos, mi general! Y efectivamente, ya la batalla podía darse por terminada, aunque faltaran muchos tiros por dispararse.”  Felipe Ángeles

La toma de Zacatecas fue uno de los hechos más sangrientos de la Revolución Mexicana y una victoria aparente para las fuerzas villistas, ya que no sirvió para que la División del Norte tomará primero la capital que Obregón y Zapata, y pusiera a Villa o Ángeles como presidente. El costo de las diez mil vidas fue demasiado alto. Para las fuerzas federales fue  la decapitación total de su resistencia. En su desesperada huida, los colorados dinamitaron las vías férreas, para tratar de detener, o al menos demorar el incontenible avance de la División del Norte hacia la ciudad de México. El Centauro del Norte no pudo ser el primero en llegar a la Ciudad de México, debido a que Carranza hábilmente le cortó la provisión de carbón para sus trenes. Esto permitió que primero llegaran los carrancistas para imponer sus condiciones.  Los carrancistas organizarían una convención en Aguascalientes para buscar una salida pacífica al conflicto, que no se daría.  La única manera de poner un alto a la revolución se daría un año después en el enfrentamiento final entre Villa y Obregón en el Bajío. El Centauro perdería y Obregón se enfilaría como el  próximo presidente de México, al quitar a Carranza del camino con el Plan de Agua Prieta.

“…La artillería intimida; cuando el cañón truena, el enemigo se esconde y nuestra artillería avanza, y cuando el enemigo se atreve a asomar la cabeza, ya tiene a la infantería nuestra encima, y abandona apresurado la posición. … ¡Qué satisfacción la de haber conseguido esta liga de las armas!”   Felipe Ángeles

Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el fin del Imperio Azteca”; “Santa Anna y el México Perdido”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Juárez ante la Iglesia y el Imperio” y “Kuntur el inca”.  

Facebook @alejandrobasanezloyola

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