Mujer

En memoria de mi padre

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Recuerdo que cuando era niña, un día de cumpleaños, mi padre me regaló un libro de Julio Verne, “De la tierra a la luna”, y a partir de ese momento se convirtió en uno de mis autores favoritos.

La historia intergaláctica de Verne me abrió las puertas a la ciencia ficción que me cautivó y atrapó. Crecí leyendo, además, de Verne, otro gran libro, Veinte mil leguas de viaje submarino con el personaje entrañable del gran capitán Nemo, La Guerra de dos Mundos de Wells y los ataques extraterrestres, el siempre futuro no lejano de Asimov relatado en Fundación, El Mundo Feliz y la tecnología reproductiva en la trama del libro de Aldo Huxley.

Libros en los que se habla también del espacio, la relatividad del tiempo, dimensiones desconocidas, robots, máquinas, y conocí sus teorías o hipótesis reveladas sobre el devenir histórico y sociológico de la humanidad, argumentándolas, construyéndolas, con base en los avances de la ciencia y la tecnología.

A la par, las series de televisión: “El túnel del Tiempo”, “Tierra de gigantes”, “Viaje a las estrellas”, y los dibujos animados, que conocí como caricaturas, sin duda, los “Supersonónicos”, quienes vivían en un mundo futurista, donde ya un androide, Robotina, hacia las labores domésticas. Quedé fascinada cuando en 1977 se estrenó la “Guerra de las Galaxias”. 

Y aun no olvido lo sorprendidos que estaban las personas adultas, después de ver la película “Cuando el destino nos alcance”.

Recuerdo con mucho cariño a una de mis profesoras de primaria cuyo tema recurrente era hablar de lo importante que fue para la humanidad la llegada del hombre a la luna, sus disertaciones sobre todos aquellos descubrimientos e inventos, que un día serían una realidad, con todos los claro oscuros, que el avance de la ciencia y la tecnología tiene, como el armamento cada vez más sofisticado y letal para la guerra y más tarde, el gran dilema ético de la experimentación humana, Frankestein, de Mary Shelley, como uno de los primeros experimentos modernos.

Pasaron los años y me encontré con 1984, de Orson Wells y el ojo que todo lo ve; Un fuego sobre el abismo de Vernor Vinge y la inteligencia artificial que llega al grado de desarrollo, cuyo objetivo es destruir la humanidad.

Siempre el mañana, lo imposible, haciéndose posible, los profetas encarnados en el avance tecnológico, en la evolución de la ciencia, en los límites que parecen haber desaparecido ante avances cada día mayores, sorprendentes.

La fascinación que me causaron éstas y otras obras literarias de  ciencia ficción, me   llevaron  a la  reflexión sobre la vulnerabilidad del ser humano,   nuestras  limitaciones, la necesidad de vencer aquello que nos provoca  dolor, la muerte, la enfermedad, pero también la capacidad infinita del ser humano, mujeres y hombres, para soñar y  desentrañar los misterios de la relatividad del tiempo, la vida en espacios futuristas, exploración del universo, inventos que facilitan la vida, el desarrollo de la inteligencia artificial, otra vez la manipulación genética, por supuesto.  

Y regresé muchas veces a Julio Verne, quién imaginó en sus historias artilugios, accesorios, máquinas, implementos, adelantados a su época, fue un visionario que se situó en sus novelas 100 años a la llegada del hombre a la luna, los viajes por aire, la fotografía sub acuática, el submarino mismo; en Paris en el siglo XX, la llamada novela perdida, habla del telégrafo fotográfico, una red mundial de comunicaciones que se conectaba a distantes partes del mundo para compartir información y si bien vio la luz en 1994, cuando ya conocíamos el internet, él la había escrito 150 años antes.  

La ciencia ficción, va más allá, pero aún más lejos, los sentimientos, los deseos, los dolores, las pasiones, las ganas, pasado y presente conjugados en una misma oración, una pretensión, un mañana en el hoy imaginado, como si quisiera uno ser autor o personaje de esos libros visionarios. 

Un minuto más de vida para el ser amado, juventud eterna, el tratamiento o la vacuna para la enfermedad que mata, la regeneración de un miembro amputado, el control de la naturaleza, todo lo posible en el mundo de la literatura, lo imposible hasta hoy en el mundo real, el cotidiano, el de todos los días que marcha a pasos agigantados en el mundo de la ciencia y la tecnología.

¿Hasta qué punto se puede jugar a ser Dios? Más de una novela me ha llevado a esa reflexión.  

Y en la paradoja de la vida, en el mundo real, la literatura hoy parece quedarse a la zaga, un virus, el SARS- Cov2, se expande por el mundo, infectando a millones de personas, sin que hasta el momento haya tratamiento para la enfermedad Covid 19, que provoca y que ha llevado a la muerte a casi un millón de personas, y a pesar de que la ciencia y la tecnología se han desarrollado tanto, que hablan de nano partículas, de viajes a Marte y la búsqueda de otros planetas donde el hombre pueda vivir en un futuro que se antoja ya no muy lejano, de la certeza cada vez más presente de la vida extraterrestre, la esperanza es una vacuna.

Hace una década vi morir a mi padre víctima de un infarto al miocardio, puede ver antes, a los médicos que lo atendieron luchar hasta el final para salvarle la vida;

experimentar ese momento que separa a una persona de la vida y muerte, sentir al unísono, todo junto, frustración, impotencia, lo inevitable.

Debo confesar que fue tan grande mi dolor que en ese momento quise que existiera una máquina que lo reviviera, así, con tan solo meterlo en ella y apretado un botón, bañándolo con una luz cegadora, blanca, brillante.

Después de su cremación pase varias noches en vela, recordándolo y me remonté una vez más a mi niñez, y quise tener un túnel que me regresara a la vida con papá;

La Máquina del tiempo de Georges Wells, o ser parte de El fin de la eternidad de Asimov, para así viajar al futuro y cambiar la historia.

No hubo tal, era el mundo real, no el que la ciencia ficción y los grandes autores habían imaginado.

Dos años después, empecé a escribir mi propia historia, Madar. Vuelta al Origen, una novela, sí, de ciencia ficción, que les invito a leer para descubrir cómo imagino la vida después de que la Tierra se torna en un lugar inhóspito;

como serán las Ciudades del Devenir en Venus, la esperanza para preservar nuestra especie, espacios futuristas en donde los seres humanos viven rodeados de máquinas y ejércitos programados.

Los invito a descubrir a cada uno de sus personajes entre el amor, la traición, los secretos de familia que los llevaran a descubrir, como si fuera una sola, a Madar y a su antagonista, su abuela Átala, en un conflicto ético – moral, que tiene en la ciencia y la tecnología y su evolución, el punto de partida, entre quienes apuestan por las generaciones de humanos manipulados genéticamente y los que luchan por mantener viva la procreación natural.

Sí, el dilema en un mundo imaginario, el que la literatura nos permite, para plantear en el mundo real, el cuestionamiento de los límites del hombre para no sentirse Dios ante los avances de la ciencia y tecnología.

Una historia de ciencia ficción, donde se cruzan los dolores, los deseos, las pasiones, el tiempo ido y el que vendrá, pero siempre con la esperanza de que la especie humana sobreviva.  

Por: Margarita Estrada

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