Varias ocasiones hemos reflexionado sobre el creer o no creer, igual procuramos que el dudar sea una expresión de investigación y no una reacción de rebeldía y en todos los casos hemos reforzado nuestra convicción de que la mayor fuerza con la que contamos, no es la producida por sentimientos de odio, discriminación, menosprecio y vanidad; sino la emanada de emociones que nos lleven a actitudes e intereses comunes, lo cual deriva en unidad positiva de propósitos, respeto al otro, en suma al amor.
De lo ocurrido en el planeta los últimos 6 meses, hemos visto o escuchado tantas opiniones, teorías, advertencias, amenazas, promesas, recomendaciones y hasta trampas para pescar incautos. De pronto los más recalcitrantes opositores de las luchas por el cambio climático en las zonas urbanas, han conocido emociones desde la sorpresa hasta el placer al recibir imágenes de: cocodrilos deambulando sobre el pavimento de ciudades costeras, delfines realizando malabares en las riveras de ríos y canales –Venecia por ejemplo- mantarrayas sorprendiendo su capacidad de saltar y casi volar en el océano, venados pastando en los jardines de casas que se han convertido para algunos en cárcel, osos que salen de su espacio de recuperación en las montañas y animales de zoológicos que según sus cuidadores, han bajado sus niveles de estrés desde que los humanos no los miran, los alimentan desordenadamente y los molestan.
¿Debemos asumir algún tipo de castigo merecido por haber violentado a la naturaleza y por ello es que nos ataca el coronavirus? Pero el tema de esta amenaza -cuyas características y letalidad asumimos sin dudar, solo porque los “científicos” lo avalan no con unidad de perspectiva, sino con criterios básicos en lo fundamental es decir: es ultra pequeño, muy contagioso y capaz de matarnos- no es únicamente la extinción humana. En las miles de opiniones que nos llegan cotidianamente sobre el tema igual encontramos supersabios que ponderan las gárgaras de sal, la ingesta de infinidad de medicamentos alopáticos destinados a otras enfermedades, la preparación de infusiones a partir de herbolaria endémica o universal y hasta la de ciertos compuestos homeopáticos como medida preventiva[1]. ¿En que entonces debemos creer? ¿Porqué asumir la existencia de este virus y no la de Dios y sus características si en ambos casos son entes que no podemos mirar? ¿Tienen los científicos una base de conocimiento superior a la del Dios en el que millones de fieles creen? Así como en el caso de las Fake news, muchos conceptos caen por su propio peso, ¿los dichos -de supuestos sabios falsos afectan la existencia del virus, en igual medida que los líderes religiosos manipuladores o delincuentes, repercutirían contra la esencia de Dios o solo respecto a los atributos de las religiones que dicen representar?
Imposible soslayar el tema de si esta pandemia permitirá dilucidar si los humanos somos egoístas –pecadores se dice en términos de religión- o solidarios. Para unos sociólogos quienes optimista-mente dicen que somos cooperativos, comunicativos y capaces de desarrollar la inteligencia, no solo vamos a sobrevivir, sino que mutaremos a una mejor calidad existencial[2], en tanto que a ellos se oponen quienes afirman que el paradigma social es el egoísmo y lo irracional que lleva a muchos a satisfacer sus propias necesidades, en lo cual se sustentan los sistemas consumistas y la innegable inequidad social. ¿Se puede ser solidario –ética, jurídica y políticamente- sin igualdad? ¿Tienes que aceptar tu posición de víctima sin hacer nada porque no hay quien ponga cotos a los que roban, destruyen, violan y matan?
Una de las tantas informaciones que se han difundido esta semana, tiene que ver con la realidad de los millones de roedores en las grandes urbes, que salen de sus madrigueras, se matan entre sí y atacan incluso a los humanos en la búsqueda de alimentos ¿debemos compasiva mente darles nuestra basura o consentirlos con cacahuates como hacemos con las ardillas en los parques? ¿Qué haríamos para prevenir las enfermedades que trasmiten? ¿Debemos ecológicamente abrazarlas y besarlas en vez de aprovechar para extinguirlas o apresarlas como lo que son: una plaga? ¿Que símil hay entre estas ratas de 4 patas y los delincuentes que desconocen límites y actúan en escenarios de normatividades permisivas?
La respuesta pasa necesariamente por quienes tienen la responsabilidad de promulgar normas, aquellos que deban ejecutarlas y sobre todo los profesionales de la materia para dilucidar quien debe responder por la violación de las normas y a que personas se debe resarcir el daño que esto ha ocasionado ¿Se justifica, pasar por alto este tipo de problema solo porque hay urgencia de luchar contra el coronavirus? ¿Los efectos del corona virus tiene que ver con la omisión de atención a otros temas como el sarampión, el cáncer, la diabetes y otros tantos que también están matando gente? A las ratas se les puede atacar como se hace con cualquier plaga; los delincuentes y los ineptos que los liberan ¿son otro tipo de plaga? Nuestra responsabilidad no debe reducirse a afirmaciones tan simples como “muerto el perro se acaba la rabia” según han dicho algunos irracionales que atacaron personal de la salud; pero si debemos hacer algo para mejorar a nuestra sociedad ahora que tenemos tiempo y posibilidad para el estudio y el desarrollo de programas.
“Una Colorada (vale más que cien descoloridas)” por Lilia Cisneros Luján