La matanza de Cholula
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La matanza de Cholula

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Desde la llegada de los españoles a nuestras tierras, no había estado en ninguna aldea azteca. Todas las aldeas eran tributarias o enemigas, pero ninguna era mayoritariamente azteca como Cholula. Los dignatarios me ubicaron inmediatamente, pero parecía que habían recibido instrucciones de Motecuhzoma de  mantenerse alejados de mí por haber un plan bien concebido por la Triple Alianza para acabar con los teúles.

   Cholula contaba con una enorme pirámide con un adoratorio dedicado a Quetzalcóatl. La ciudad se encontraba estratégicamente ubicada en el camino a Oaxaca, el Soconusco y tierras allende los dominios aztecas.  Sus artesanos hacían las vasijas más hermosas del mundo y la Triple Alianza era la principal consumidora de sus finos productos. Cholula era también un importante centro de adoración, ya que contaba con más de trescientos templos y adoratorios que recibían vistas de peregrinos de lejanas tierras. 

   Ingeniándomelas como pude logré ver a Malinalli. Deseaba su cuerpo y sus besos. Tenía semanas que no tenía contacto carnal con ella y dentro de una de las casitas de piedra nos dimos el placer que ambos anhelábamos. Sabía que era quizá la última vez que la poseía, porque esa misma noche del 14 de octubre, pensaba huir de Cholula con mi hija y  mi sobrina. La llegada de los teúles a Tenochtitlán era inevitable y esta parada en Cholula era un mero trámite para alistar las fuerzas españolas-tlaxcaltecas para entrar a México por el sur de la laguna.

   Mientras disfrutaba lo mejor de su sexo, Malinalli entre gemidos de placer me dijo que podíamos estarnos un buen rato así. Malinche (Hernán Cortés) estaría ocupado por varias horas en lo que arrasaba con los cholultecas. Horrorizado por sus palabras me separé de ella y me senté en una estera demandando una explicación a su actitud.

   —Una mujer, confundiéndome con una azteca, me confesó que Motecuhzoma tenía planeada una celada de veinte mil  guerreros contra los españoles. Es por eso que los cholultecas no aceptaron que entraran los tlaxcaltecas a su ciudad. Le expliqué la planeada traición a Cortés y se adelantó hoy mismo para darles una lección inolvidable.

   En ese momento por coincidencia se escuchó un cañonazo que fue la señal de los teúles  para que los tubos de fuego masacraran las blandas carnes de los cholultecas.

   Con horror y hondo dolor en mi pecho vi desde la azotea de la casa en la que estaba con Malinalli como los aceros y cañones de Cortés aniquilaban cholultecas inocentes que no tenían para defenderse más que las palmas de sus manos con las que trataban de frenar los embates de caballería de los hombres de Cortés. El piso de la plaza brillaba entre grasa, excremento, sangre y vísceras de los pobres desgraciados que ni tiempo tuvieron de defenderse. Tres mil cholultecas fueron cobardemente asesinados  esa tarde. Con el estómago revuelto y con el amparo de las sombras de la mañana, abandoné Cholula al día siguiente. Junto conmigo venían mi sobrina y mi hija. Debía llegar lo más pronto posible a Tenochtitlán para dar un informe completo a Motecuhzoma y prepararnos para detener a esos impostores que se hacían llamar hombres dioses.

   Los españoles se estuvieron varios días más en Cholula. La peor parte de la masacre vino cuando los tlaxcaltecas entraron al pueblo por órdenes de Cortés para masacrar a los cholultecas que quedaban. Los españoles se horrorizaron de la saña asesina de los guerreros de Xicoténcatl.

   —Ese odio asesino que tienen hacia los aztecas será nuestra carta ganadora, Pedro. Mira como gritan desaforados al destripar a los perros cholultecas.

   —Con estos aliados los días de Motecuhzoma están contados.

   —¿Sabes que Tiaztlán nos abandonó hoy por la mañana?

   Alvarado cambió su rostro risueño por un de furia. Inmediatamente adivinó que me había llevado a María Isabel o Jatziri.

    —¿Y María Isabel?

    —Se la llevó junto con su hija Yaretzi —contestó Cortés en tono burlón a su amigo y capitán de confianza—.  ¿Te trae loco la india ésa, verdad?

   —Al igual que te trae a ti, Malinalli, Hernán.

   —Quizá, Pedro, pero a mí no me la quitaron de mis narices como a ti.

   —Cuando lo vea en Tenochtitlán a ese indio cabrón, le voy a cortar los huevos.

   —Ojalá se te cumpla Pedro, porque eso significaría que conquistamos la ciudad más grande de la Triple Alianza. Siempre supe que Tiaztlán era un  espía. Le seguí el juego y me conviene que le lleve noticias a Motecuhzoma de nuestro invencible ejército. Así se aterrorizará más ante lo inevitable.

   Cholula recibió pacíficamente a Cortés con ocho mil habitantes; al abandonarla los teúles catorce días después, no quedó uno sólo cholulteca vivo. Después de ese atroz acto, Motecuhzoma no pudo conciliar más el sueño. En sus pesadillas nocturnas se imaginaba el patio del Templo Mayor como quedó el de la plaza de Cholula.

   La matanza de Cholula sirvió para engrandecer a Cortés. Todos los señoríos aledaños a Tenochtitlán le tuvieron pavor y sabían sobradamente de lo que era capaz el sanguinario capitán español.

   El día que los españoles se preparaban para dejar Cholula, apareció a las afueras de la devastada ciudad un grupo de alrededor  cien hombres fuertemente armados. Cortés previno a sus  hombres. El líder de los guerreros se acercó con las manos en alto sin empuñar ninguna arma. Cortés le permitió acercarse y escuchar lo que  quería ofrecerle.

   —Señor Cortés. Yo soy Ixtlilxóchitl II, hijo legítimo de Nezahualpilli y heredero al trono del reino de Texcoco. Motecuhzoma me traicionó, entregándole el reino a su sobrino Cacamátzin. Yo huí a las montañas y me volví rebelde,  con la intensión de algún día regresar a reclamar mi reino. Ahora que sé de ti y de tu enorme poder dado por dioses superiores a los nuestros, me ofrezco a ti como tu sirviente y aliado incondicional. Pongo a tus órdenes a mis hombres y pelearé codo  a codo contigo para conquistar Tenochtitlán. Lo único que te pido a cambio por mi lealtad es que una vez que triunfemos me regreses el reino que por herencia me corresponde.

   Cortés se acercó sonriente a él después de escucharlo. Con mirada triunfante miró a todos los hombres que aguardaban a prudente distancia. Entre ellos se distinguía claramente la figura gallarda de mi hijo Tonatiuh, su incondicional aliado.

   —Bienvenido a mis fuerzas, noble Ixtlilxóchitl. Juntos conquistaremos Tenochtitlán y recuperarás tu reino. Tu ayuda y tus hombres me serán de gran utilidad.

Alejandro Basáñez Loyola

Por Alejandro Basáñez Loyola. Autor de las novelas de Ediciones B: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” y “Juárez ante la iglesia y el imperio” de Lectorum.  

 Facebook @alejandrobasanezloyola 

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