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La guerra de Tlatelolco

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Tlatelolco en 1473 era un reino independiente al norte de la isla de Tenochtitlán. Un canal de cinco metros de ancho separaba horizontalmente los dos territorios de poniente a oriente. Los tlatelolcas eran en todo muy parecidos a los tenochcas, ya que en cierto modo su origen era el mismo, y para los pueblos de la rivera del lago  tenochcas y tlatelolcas era sinónimo de peligro.

Los tenochcas apreciaban a Tlatelolco porque era el mercado más grande del reino y la actividad comercial dejaba grandes ganancias a todos los involucrados. En el tianguis de Tlatelolco podías encontrar desde un huevo de colibrí hasta un esclavo de las regiones más remotas del reino.

Moquihuix, rey de Tlatelolco, decidió tomar el control total de Tenochtitlán atacando por sorpresa  a Axayácatl. Buscó alianzas secretas con los  señoríos de Acolnahuac, Xochicalco, Popótlan, Coatlayauhcán, y otros más como Cuauhtlitlán, que previno por temor y amistad a Axayácatl de lo que tenía en mente el feroz Moquihuix y su temido tlacatecátl Teconal, jefe de los guerreros tlatelolcas.

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El plan de Moquihuix era atacar por sorpresa en la noche,  durante las fiestas de Tecuhílhuitl, acabar con la resistencia tenochca y luego dar muerte a Axayácatl y Tlacaélel, en tan solemne día.

La hermana de Axayácatl estaba casada  con Moquihuix, y ésta previno a su hermano lo que planeaba el traicionero de su marido.

Axayácatl dejó que los acontecimientos se desarrollaran de acuerdo a lo planeado y sólo puso guerreros en los lugares estratégicos por donde pensó que entrarían los tlatelolcas por sorpresa.

La noche del ataque finalmente llegó y los tlatelolcas cruzaron sigilosamente el canal que separaba ambas islas para ser sorpresivamente recibidos por los valientes tenochcas. En esa pequeña batalla hubo varios muertos, y los tlatelolcas, llevando la peor parte, regresaron derrotados a su isla. A esta guerra Axayácatl la bautizó como Tlazolyáoyotl o Guerra Sucia.

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Los tenochcas por alguna extraña razón temían a los tlatelolcas, y Axayácatl buscando concordia,  decidió mandar a Cueyátzin, su embajador de la paz, a tranquilizar las cosas.

Los tlatelolcas lo recibieron como embajador de la paz y fue conducido con  Moquihuix, quien lo rechazó diciendo que no perdiera su tiempo y regresara de nuevo, pero con la declaración formal de guerra.

Axayácatl se enteró de la respuesta de Moquihuix y mandó de nuevo a Cueyátzin, junto con Tlatzipílli, mi padre, a declararle formalmente la guerra a los Tlatelolcas.

Mis respetos para Moquihuix, para ti y para tu pueblo, valiente Teconal —dijo Cueyátzin, haciendo una caravana respetuosa. Su atuendo era elegante, con plumas de quetzal. Las   dos pulseras de oro en sus muñecas refulgían con el sol del Anáhuac, dándole un toque solemne a la ceremonia.

¿Para qué cruzaste, si ya sabes que no queremos la paz? Su derrota es inminente —contestó secamente Teconal, acomodándose la argolla que llevaba incrustada en su nariz.  En su mano derecha cargaba amenazante su letal macuahuitl. Su rostro era de odio y en verdad intimidaba a Cueyátzin y Tlatzipílli.

—¡Somos razas hermanas, Teconal! No debemos guerrear, debemos luchar juntos contra las amenazas del imperio —dijo Tlatzipílli, tratando de ayudar a Cueyátzin.

Teconal envalentonado por la presencia numerosa de sus hombres y por el apoyo dado de antemano por Moquihuix, apretó con furia su macuahuitl y de un rápido y sorpresivo tajo cerceno limpiamente la cabeza de Cueyátzin quien cayó al lodoso suelo con sacudidas espasmódicas ante la sorpresiva muerte.

Tlatzipílli se quedó helado en su sitio para luego ser amenazado por Teconal quien le habló a su cara a escasos centímetros:

—Regresa con Axayácatl y preparen a sus guerreros, que esta vez los exterminaremos a todos como ratas, y apúrate, porque siento que me estoy arrepintiendo y a lo mejor a ti también te decapito.

—¡Está bien, Teconal! Se hará del modo que tú quieres —dijo Tlatzipílli, alejándose por el puente que cruzaba el canal, siendo observado por los horrorizados tenochcas del lado de Tenochtitlán. Al estar ya del otro lado, vio como la cabeza de Cueyátzin caía a escasos metros de él, rodando como un coco. Los curiosos se alejaron de la sanguinolenta testa como si fuera una mortal serpiente coralillo.

—¡Sus horas están contadas Tenochcas! —gritó furioso Teconal después de aventar la cabeza del embajador. Sus hombres celebraron la acción con gritos amenazantes.

Horas después el Tlacatecuhtli Axayácatl, rey de los aztecas, preparó el ataque junto con el veterano y experimentado Tlacaélel. Las hordas tenochcas lucharon inicialmente sobre un lado del canal, en zona Tlatelolca, donde la batalla se estancó por varios minutos, dejando innumerables muertos de ambos bandos. Después las fuerzas tlatelolcas empezaron a ceder terreno y los furiosos tenochcas comenzaron a empujarlos hasta el tianquiztli o mercado. Tlacaélel ordenó a sus guerreros que tocaran con todas sus fuerzas los huéhuetls, teponaxtlis, caracoles, bocinas y pitos para asustar y aparentar ser muchos más guerreros que los desesperados tlatelolcas.

Mi madre me cuenta que mi padre se desempeñó valerosamente en esa decisiva batalla y fue generosamente recompensado por el viejo Tlacaélel, por el gran número de tlatelolcas que su macuahuitl despedazó.

Axayácatl y Tlacaélel arrinconaron a Moquihuix y Teconal en el teocalli de la isla (desafiantemente más alto que el Templo Mayor de Tenochtitlán). Un grupo numeroso de mujeres y niños desnudos salieron a cerrarles al paso hacia el Teocalli. Mi padre miró desconcertado a Axayácatl preguntándole qué hacer.

—No lastimen a nadie de estos inocentes. Esos cobardes nos los mandan para ablandar  nuestro corazón y ganar tiempo para fugarse —dijo el tlatoani azteca mirando el teocalli y a Moquihuix trepándolo en desesperada huida.

Axayácatl, un joven de 19 años en ese entonces, lucía poderoso e imponente al trepar decididamente las escaleras de la pirámide en su persecución de Moquihuix. Teconal se abalanzó sobre el tlatoani, tratando de matarlo con su macuahuitl, pero un segundo antes mi padre lo interceptó en las escalinatas del teocalli, enfrentándose los dos como grandes guerreros. Tlatzipílli fue herido en el antebrazo izquierdo de un macuahuitlazo, que se sacudió de milagro, y en decisión rápida empujó a Teconal de una patada por las escalinatas, cayendo éste sin control hasta el rocoso suelo del teocalli, muriendo instantáneamente por el impacto.

Moquihuix, el odiado cuñado, huyó de la furia del emperador Mexica trepando hasta donde ya no pudo más el empinado teocalli, y al verse arrinconado, prefirió saltar al vació antes de darle el gusto a Axayácatl de que lo matara con sus manos.  Hay otros que dicen haber visto al tlatoani arrojarlo con sus propias manos, en castigo por haberlo desafiado. Desde aquel día Axayácatl creció en fama y poder a niveles inimaginables comparado con los anteriores tlatoanis.

El triunfo tenochca fue total, y   se le bautizo como Ecatzintzímitl. Axayácatl se convirtió en emperador del Anáhuac y las dos islas de antaño formaron sólo una: la Gran Tenochtitlán, con Tlatelolco como uno más de sus barrios.  Así la conocerían los españoles en 1520, formando parte de la triple alianza con Tlacopan y Texcoco.

“Tiaztlán, el fin del imperio azteca” de  Ediciones B

Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas de Ediciones B, Penguin Random House: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” y “Juárez ante la iglesia y el imperio” de Editorial Lectorum.

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