La crisis financiera del 2008, la corrupción, una recesión profunda se combinaron, y terminaron cobrando facturas a las izquierdas que en ese entonces gobernaban América Latina, paulatinamente fueron perdiendo terreno. Actualmente, Argentina, Ecuador (en menor medida) y Brasil se mueven bajo un populismo de extrema derecha, marcando así una tendencia que aspira a extenderse. Claro, el más satisfecho con esta coyuntura política es el presidente estadounidense Donald Trump. El republicano ha encontrado a los aliados idóneos con los que pretende estrangular a los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba, aunque la isla se encuentra en un proceso de reconstrucción a través de la discusión de una nueva constitución. En este contexto, nadie sabe con exactitud el papel que jugará en el continente el próximo gobierno mexicano.
Hay que retroceder en el tiempo para entender lo acontecido en Brasil, apenas hace dos meses el hoy presidente electo Jair Bolsonaro estaba abajo en las encuestas. Los expertos aseguraron erróneamente que no rebasaría el 20 por ciento de la intención del voto, ya que no contaba con la estructura de un partido grande. El ex militar suplió tal deficiencia realizando proselitismo en las redes sociales con la ayuda de los evangélicos. Sin duda el atentado que sufrió el pasado 6 de septiembre, lo favoreció; catapultó su popularidad, hasta ese momento la población desconocía su extravagante agenda de extrema derecha. A ésto, se sumó la imposibilidad del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva de presentarse a la contienda electoral, enfrenta una condena de 12 años de prisión. Tardíamente designó a Fernando Haddad como candidato quien hizo su mejor esfuerzo pero fue superado por los escándalos de corrupción que trajo la operación Lava Jato.
A la mayoría del electorado no le interesó la ideología ni la reputación del candidato. Restó importancia que Bolsonaro utilizara a lo largo de la campaña un discurso binario que al final dividió a la sociedad. El ex militar asumió la confrontación cómo único objetivo, negó que hubiera existido una dictadura en su nación. En más de una ocasión traspasó las reglas de civilidad democráticas con sus actitudes misóginas, racistas, homofóbicas. Prometió restablecer el orden, utilizará al ejército en el combate a la delincuencia y permitirá que los ciudadanos anden armados para defenderse. Al parecer sus seguidores están de acuerdo que el gigante sudamericano quede fuera del Acuerdo de Paris que combate los efectos del cambio climático, de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y del Mercosur, está decisión podría tener un gran impacto en las economías vecinas, en especial en Argentina.
¿Es el preámbulo de una dictadura militar? Ó ¿Los brasileños votaron por un desconocido como una forma de mostrar su descuerdo con la clase política que ha empobrecido al país?
Por lo pronto, Bolsonaro declaró que gobernará para todos y rechazó que perseguirá homosexuales y tampoco atentará contra la libertad de prensa. Las protestas ya iniciaron, al parecer en su gabinete participarán ex militares que estuvieron involucrados en la dictadura castrense (1964 a 1985). Es la primera vez que en el continente americano los militares regresan al poder por la vía de las urnas. El ejército chileno ha destacado este hecho y podría intentar emularlo.
Queda claro que la gente quiere recuperar su poder adquisitivo. El problema es que los gobiernos de derecha que han asumido el poder están hundiéndose. Un ejemplo es el presidente argentino Mauricio Macri, devaluó su moneda y provocó la quiebra de la economía. Las marchas se han ido multiplicando y la izquierda empieza a reorganizarse.
En política no hay victorias permanentes ni derrotas para siempre, es una lección que no deberá olvidar Bolsonaro.
Héctor Tenorio