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El caudillo cristero

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Eran las diez de la mañana del 3 junio de 1929 en la hermosa Hacienda del Valle en Atotonilco, Jalisco. El general Enrique Gorostieta y diecisiete de sus hombres descansarían ese día en la hacienda para planear sus siguientes ataques. Gorostieta tenía en la mira la toma de ciudades como Guadalajara, Aguascalientes o Morelia. 

   Los irritados ojos de Gorostieta, lloraban como si estuvieran recibiendo chile quemado en un comal. Gorostieta se encerró en un enorme  cuarto donde no entraba la luz por las gruesas ventanas y puertas de mezquite. Las golondrinas que habían osadamente hecho sus nidos en el interior del cuarto, huyeron antes de que el general cerrara la pesada puerta.

      En las afueras de la hacienda los federales ya sabían de la presencia del líder de los cristeros.  El coronel Nungaray, incondicional de Saturnino Cedillo, recibió el pitazo de un cristero traidor, sobre la presencia del escurridizo líder cristero. 

   La fuerza federal invadió la hacienda rodeándola por completo. Los dieciocho cristeros: Enrique Gorostieta, Heriberto Navarrete, Alfonso Carrillo, Rodolfo e Ildefonso Loza Márquez, Alfonso Garmendia,  José Ocampo, Rafael de Anda, Juan Valenciano, Luis Valle; los hermanos Ignacio, José María y Felipe Angulo, Josecillo, Jerónimo y tres más sin identificar fueron  sorprendidos dormidos o desayunando, haciendo poca resistencia.

   Los balazos despertaron a Gorostieta, quien rápido abandonó su cuarto para trepar a su caballo. Al intentar huir, su potrillo fue herido de muerte cayendo de costado, atrapando a Gorostieta de una pierna. Al intentar zafar su pierna del peso del caballo, un balazo le reventó la cabeza. Así terminaba la vida del máximo líder de los cristeros, a tan sólo diecinueve días de la firma de paz con el gobierno, un acuerdo de avenencia  al que nunca sería llamado. 

   El líder intelectual de la Cristiada, desde su inicio hasta su final, fue el Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez (1864-1936), conocido como el Chamula, por haber sido obispo de Chiapas de 1902 a 1912. El Chamula fue expulsado cinco veces de su arquidiócesis y varias veces se salvó de ser fusilado por sedicioso. Orozco y Jiménez fue el líder intelectual del movimiento cristero, el cual dirigió oculto todo el tiempo, por haber órdenes del gobierno de fusilarlo donde se le encontrara.

   Consciente de que su rebelión cristera no inquietaría al gobierno de Plutarco Elías Calles, salvo que en verdad hubiera un líder militar que la encabezara magistralmente, el Chamula contrató al artillero ex porfirista Enrique Gorostieta Velarde.  

   Gorostieta aceptó ser el anhelado líder cristero, negociando  un seguro de vida de veinte mil pesos y un sueldo mensual de tres mil pesos en oro. En caso de muerte del líder cristero, su bella esposa  Tula, y sus  niños, serían enviados a los Estados Unidos, cubriendo los gastos la  Liga de la Defensa Religiosa. La Liga vería por la seguridad de su familia y buscaría dar trabajo a su esposa e hijos dentro las distintas instituciones que manejaba a nivel nacional y extranjero.

   Con esto de soporte, el ex militar y fabricante de jabones tomó las riendas del ejército cristero obteniendo resultados notables desde su inicio, preocupando y arrancando noches de sueño al presidente Calles y su general Joaquín Amaro.

   Gorostieta era tan eficiente y organizado en sus ofensivas, que pronto se convirtió en una seria amenaza para el gobierno callista. Dentro de sus ambiciosos planes estaba la toma de Guadalajara, Aguascalientes y Morelia. Si la luz del éxito lo seguía acompañando, emularía a Hidalgo, llegando hasta los pies de la capital del país, pero él, a diferencia del Cura de la Patria, sí la tomaría a sangre y fuego.

   Plutarco Elías calles pregonaba que con el cierre de las iglesias, el culto se iría perdiendo 2 % a la  semana, hasta que a nadie ya le importaría tomar misa y la religión católica quedaría en el olvido, como ocurrió con las creencias religiosas de los aztecas, tarascos y chichimecas.

      El violento México Cristero que se desata tras la promulgación de la Ley Calles en 1927, nos deja como enseñanza que no existe gobierno que pueda controlar a un pueblo que desee sacrificarse por Dios. Calles tomó a la ligera su afirmación tras decir que una vez cerradas las iglesias, el culto se iría perdiendo un 2% cada semana. Lo que comenzó como un movimiento pequeño e insignificante, tuvo que ser controlado y pacificado con la sensatez del Vaticano, la resignación del gobierno mexicano y la oportuna intervención de los Estados Unidos por medio de su embajador Dwight Morrow. 

Con la pacificación del país en 1930, se da inicio a la reconstrucción de nuestra economía, bastante convulsionada por el ramalazo de Wall Street de octubre de 1929 y por la devastación del campo y la industria por veinte años de constante guerra. 

   México de nuevo se apoya en las divisas que le genera el petróleo controlado por los norteamericanos, pero no es suficiente para lo que ambiciona y necesita una nación en desarrollo como el México post cristero.  

   En 1934 llega al poder Lázaro Cárdenas, el supuesto cuarto pelele consecutivo del Jefe Máximo. Para sorpresa mayúscula de todos, Lázaro Cárdenas no es ningún dominguillo y en cuestión de meses pone a Calles en el exilio y expropia el petróleo norteamericano para beneficio nuestro, con la expropiación petrolera de 1938. Los Estados Unidos, no acostumbrados a una situación como esta, amenazan con castigar a México por semejante arrogancia, pero la Segunda Guerra Mundial estalla en el 39, con los constantes coqueteos de Hitler hacia México como posible aliado americano. Estados Unidos, espantando el fantasma hitleriano en América,  decide apoyar a México con su expropiación petrolera y hacerlo un socio fuerte para hacer frente a los países del eje Berlín-Roma-Tokio.

   México es un país en su mayoría católico. La religión es algo sagrado para la gente, e independientemente de las creencias que un gobierno tenga, debe respetar la libertad de culto de su pueblo y por ningún motivo intentar reprimirla o atacarla, o experiencias como la Cristiada volverán a repetirse de nuevo.

Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas de Ediciones B: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” y “Juárez ante la iglesia y el imperio” y “Kuntur el Inca” de Editorial Lectorum.  

 Facebook @alejandrobasanezloyola          

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