El 19 de noviembre de 1564, del puerto de Barra de Navidad (Jalisco), zarpó la famosa expedición de Miguel López de Legazpi hacia las Filipinas. Cinco barcos partieron con quinientos hombres distribuidos en las cinco naves: La Capitana, el San Lucas, San Pablo, San Pedro y San Juan. Seis padres agustinos acompañaban a Legazpi con la misión divina de evangelizar a los nativos de esas islas, consideradas pobladas por salvajes.
Otro monje agustino de gran fama y renombre los acompañaba a bordo del San Pedro: era Andrés de Urdaneta, famoso por haber completado después de Magallanes y Elcano un viaje de circunnavegación a las islas de las especias.
Urdaneta completó su vuelta al mundo en once años y era considerado toda una autoridad en navegación. Por recomendación del rey Felipe, Urdaneta fue nombrado capitán general en el viaje, pero siendo un hombre cansado de sesenta y seis años, delegó el mando a su compañero Miguel López de Legazpi.
Los cinco barcos fueron parejos la primera semana de navegación, hasta que el San Lucas deliberadamente se alejó del grupo para hacer el viaje por su cuenta y no reportarle nada a Legazpi y Urdaneta. La ambición del capitán Arellano no tenía límites.
Estaba dispuesto a todo para derrotar en el viaje a Urdaneta, y pasar a la historia como el primer navegante en lograr el tornaviaje en la polémica expedición.
Los veinte marineros del San Lucas, patache ligero de 40 toneladas, se reunieron en cubierta para cuestionar al capitán sobre su extraño proceder.
—Soy mejor capitán y navegante que todos esos inútiles. Seremos los primeros navegantes que hacen el viaje de regreso desde las Molucas en el mismo barco, algo que ni Magallanes ni Ruy López lograron. Yo los llevaré a las Filipinas ida y vuelta.
Juntos conquistaremos nuevos territorios y regresaremos sanos y salvos al Puerto de Navidad, en menos meses que esos ineptos. No necesito al padre Urdaneta más que para mí confesión. En cuestiones de navegación me basto solo y se los demostraré.
—Nos acusarán de abandono de la expedición. De insubordinación ante el capitán Legazpi —gritó Héctor Valderrama, trepado en una red para captar mejor la atención de todos.
—Diremos que el viento nos alejó de ellos y los perdimos. No pierdan su tiempo en pensar en eso y avóquense a buscar la gloria conmigo. En el mundo a veces triunfan los desobedientes, y si no me creen, Cortés nunca hubiera conquistado México.
—¡Viva el capitán Arellano! —gritó Héctor buscando la unión de sus compañeros con su capitán.
—¡Viva! —respondieron los demás marineros.
Arellano sonrió satisfecho a Valderrama y a los otros compañeros. Con mirada de agrado contempló por la popa a los cuatro barcos de Legazpi perderse en el horizonte.
El 22 de abril de 1565, en las playas de la isla de Cabos en el estrecho de San Bernardino, Arellano discute con su gente sobre el siguiente paso a dar en la polémica expedición a las Filipinas.
—Debemos navegar hacia las Molucas y pedir ayuda a los portugueses —dijo uno de los marineros.
—Mejor alcancemos en Mindanao a Legazpi y Urdaneta. Sus barcos tienen muchos pertrechos y agua. De ese modo no nos acusaran de insubordinación o fuga —comentó otro marinero con la piel roja como un tomate por el inclemente sol del Pacífico.
—Ir con los portugueses es entregarnos como unos imbéciles fracasados. Ellos se siente dueños de estos mares y nos les interesa en lo más mínimo ayudarnos, salvo que les paguemos con oro. En este viaje no hemos conseguido más que frutas, canela y mujeres —contestó el capitán Lope Martín, sentado sobre un tronco, pelando una rama con su filoso cuchillo.
—Parece que no se dan cuenta que estamos a semanas de alcanzar la gloria, señores. Si regresamos con Legazpi nos encerraran en los calabozos de la Capitana. Lo que hicimos al alejarnos, para ellos no es otra cosa que insubordinación y hasta con la vida podríamos pagar por ello.
El padre Urdaneta a fuerza quiere ser el primero en hacer el tornaviaje a América y no le daremos ese gusto. Lo único que nos puede salvar ante el rey Felipe es ser los primeros en hacerlo, y pasar a la historia como los primeros hombres que hicieron el viaje de regreso de las Filipinas por una ruta segura para futuros viajes comerciales.
Abramos esa ruta y no actuemos como unos pusilánimes cobardes. Vamos por todo o muramos en la causa —dijo Arellano caminando sobre la arena y acercándose a cada uno de los diecisiete compañeros para darle más fuerza a sus palabras.
—¡Hagámoslo! —grito Héctor Valderrama, seguido por sus compañeros.
Esa misma mañana zarparon rumbo al norte, buscando la corriente de la que hablaba Urdaneta, la que prometía llevarlos de regreso a América como un río dentro del mar que te lleva con la corriente.
El San Lucas alcanzó la corriente cálida de Kuroshio a 40ºN. No se sabe si Arellano sabía de ella por labios de Urdaneta o la descubrió por accidente. El hecho es que esta corriente llevaría al patache por si solo hasta las costas de California, convirtiendo a Alonso de Arellano en el primer hombre en alcanzar el tornaviaje en agosto de 1565, dos meses antes que Legazpi y Urdaneta lo lograran.
Los viajeros se hacen de provisiones y agua en una isla volcánica ubicada en el 31ºN, en las costas del Japón, a quinientos kilómetros al sur de Tokio, a la que llaman El Peñol (Sumisu Jima, llamada también Smith Island). La isla es un peñón volcánico de diez kilómetros de circunferencia, que como una siniestra aleta de tiburón sobresale 134 metros sobre el nivel del mar.
Por miedo a los filosos riscos de la isleta, el patache es anclado a prudente distancia y la playa es alcanzada en lancha. La pequeña playa cubierta por miles de rocas pulidas, está flanqueada por el alto peñón que sobresale de la arena a más de cien metros de altura, dándole un aspecto monumental a la remansa ribera.
El lugar es rico en pesca y capturan lo más que pueden para el largo viaje que se les avecina.
—Esta isla no tiene más que pájaros y piedras. No hay nada de vegetación —comenta Lope Martín desde la rocosa playa, mirando hacia arriba a la colosal muralla de roca volcánica.
—¿Y qué querías, amazonas desnudas esperándote?
—Al menos un maldito cocotero o arbolito. Tuve que sacar agua de los escurrimientos del enorme peñón.
—Nadie se atreve a llegar aquí, Lope. Estoy seguro que somos los primeros en la historia en poner un pie en este monolito marino —responde Arellano, mientras destripa uno de los pescados y los llena con sal. Decenas de gaviotas se acercan para comer las frescas vísceras.
—Vámonos de aquí lo más pronto que podamos, que si la corriente no nos favorece y nos avienta a los riscos, nos quedaremos sin barco.
—Terminamos de salar unos cuantos pescados más y partimos. No me presiones y mejor ayuda.
De ahí parten sin hacer otra escala hacia el norte hasta alcanzar el 43ºN, lo más septentrional que había navegado un barco europeo en esa época. Aquel 11 de junio de 1565, el frío fue tan intenso, que la cubierta del patache se cristalizó con hielo. El escorbuto entre los viajeros alcanza niveles alarmantes por falta de vitamina C. El frío cala los huesos y las ligeras paredes del patache sirven de poco para calentarlos del frío polar.
—Este maldito frío me está matando —dijo Héctor Valderrama restregándose las manos con fuerza.
—Ánimo muchachos. Ya estamos navegando para el sur y en cuestión de horas irá calentando el clima poco a poco. Eso que ven allá son las costas del norte de América. Siguiendo la costa hacia el sur llegaremos a California.
—Espero lleguemos pronto, de lo contrario nos desangráremos por la boca con este maldito escorbuto —comento el capitán Lope Vega, escupiendo un gargajo sanguinolento por la cubierta.
—¡Ánimo Lope! Ya has hecho lo más difícil trayéndonos hasta acá. No me flaquees ahora.
El 17 de julio divisan la costa de Cabo San Lucas e intentan atracar, pero un temporal con viento contrario los aleja de nuevo, averiando peligrosamente el patache. Después de improvisadas reparaciones en alta mar, el 9 de agosto de 1565, de nuevo divisan la costa de Barra de Navidad en Jalisco, arribando al puerto de salida, nueve meses después.
Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta lo lograrían el 8 de octubre, dos meses después, atracando en Acapulco después de pasar de largo Barra de Navidad. Esto suscitaría un pleito legal en el que el monje agustino sería reconocido como el primero en la historia en hacer el tornaviaje, solo por haber hecho una descripción más detallada del recorrido y no por en verdad haberlo hecho primero. Su mapa náutico sería más completo y confiable para los futuros navegantes, que el de Alonso de Arellano, al cual que por más que tratarían de desprestigiarlo, nadie le quitaría el logro de haber sido el primer navegante en conquistar el tornaviaje.
Autor de las novelas de Ediciones B: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” y “Juárez ante la iglesia y el imperio” de Lectorum.
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