Del 8 al 11 de septiembre de 1847 los norteamericanos se reorganizaron en su cuartel general en Tacubaya. Scott cubrió bien la retaguardia para no descuidar Coyoacán, Churubusco y San Ángel, sitios tomados semanas antes. Por precaución estratégica vigilaba las garitas de San Antonio y la Candelaria para evitarse cualquier sorpresa.
Un grupo de desertores irlandeses del Batallón de San Patricio, que se había unido a los mexicanos en su lucha por solidaridad católica, fue amarrado en un jardín donde se contemplaba a lo lejos el imponente Alcázar de Chapultepec. La bandera mexicana ondeaba imponente sobre el asta que desafiaba a los cuatro vientos del valle de México.
—Cuando sea retirada esa bandera mexicana, y empiece a ondear la de las barras y las estrellas, ustedes serán ejecutados aquí mismo, para que lo último que contemplen sus traicioneros ojos, sea el triunfo del glorioso ejército norteamericano, al que ustedes infamemente traicionaron.
—Los mexicanos son nuestros hermanos religiosos. Esta guerra es un abuso y estamos con ellos. Nuestro Dios misericordioso nos recompensará en el cielo —dijo un desertor con una horrible “D” de desertor, marcada en la frente con un fierro candente.
—Tú serás el primero en morir, motherfucker. Quien se voltea contra su patria merece morir empalado. Eres un asco para mi honorable ejército —reiteró Scott, soltándole un fuetazo en la cara al irlandés.
Manuel Domínguez, la vergonzosa contraparte del irlandés en versión mexicana, contempló avergonzado la amenaza de Scott a los irlandeses. Avergonzado, tomó el mensaje de la deserción como propio y se alejó de ahí sin ser visto. El mensaje había sido claro y directo para él, Domínguez no era mejor que cualquiera de los irlandeses condenados a muerte en Tacubaya. Al final de todo era un mexicano traidor a su patria, vendido a los norteamericanos, que merecía el repudio de todos los mexicanos.
El bosque de Chapultepec con todo y su castillo, pertenece ya a los norteamericanos. La batalla del Castillo de Chapultepec ha terminado y la toma de Palacio Nacional es un mero trámite de avance de tropas. Los yanquis respetan las vidas de todos los sobrevivientes y extienden ayuda médica a los heridos de ambos bandos. La bandera de las barras y las estrellas ondea imponente sobre la torrecilla del castillo. Scott hace un juicio sumario a los desertores del batallón de San Patricio. Los treinta condenados de Tacubaya, tal y como les fue sentenciado, son ahorcados justo cuando la bandera norteamericana es puesta en el asta del castillo el 13 de septiembre de 1847.
El diabólico patíbulo para treinta condenados, fue diseñado y operado por otro irlandés de nombre William Selby Harney. El mega patíbulo fue montado sobre un promontorio en Tacubaya donde se contemplaba imponente el Alcázar de Chapultepec. El vaivén de la bandera americana sobre el torreón mayor del Castillo de Chapultepec, fue la señal para que los carros donde se mantenían en pie los San Patricios, se movieran para dejar colgando los cuerpos de los treinta condenados. Once irlandeses fueron perdonados por haber sido hechos prisioneros o engañados. La mayoría de ellos se perdió en el anonimato al llevar una horrible D marcada en la mejilla. John O´Reilly, el líder los San Patricios, murió el 31 de agosto del 1850 en Veracruz. Fue enterrado con el nombre de Juan Reley, nombre con el que fue registrado en el ejército de Santa Anna.
Por Alejandro Basáñez Loyola. Autor de las novelas de Ediciones B: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” y “Juárez ante la iglesia y el imperio” de Lectorum.
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