Las campañas políticas
“La verdadera sabiduría consiste en saber que se sabe lo que se sabe
y saber que no se sabe lo que no se sabe”
Proverbio chino
Las campañas políticas como las que hoy en día se desarrollan en México, son la expresión más clara del maniqueísmo burdo y de la catarata incontenible e irresponsable de promesas de quienes en ellas participan, no importando la forma en que lo logren ni el sentido ético con que se manejen. Lo único que vale es ganar la contienda a como dé lugar.
En todo este proceso, una de las promesas más sobadas y sin duda más sugerentes es el cambio, ya que éste suele ser un argumento bastante convincente sobre todo para aquellos públicos que se encuentran menos informados o menos ilustrados. Ya que en política y particularmente en la estrategia de comunicación que se suele manejar alrededor de ésta, lo que cuenta es la percepción que se logre generar, lo que importa a final de cuentas es hacer creer a la audiencia a la que se dirige el mensaje que es imprescindible cambiar, sin importar si esta promesa se podrá cumplir y eventualmente anticipando el enorme costo que eso significará en última instancia para el país.
Un caso específico de este cambio irresponsable nos lo brinda la insistencia de “ya sabes quién” por echar abajo el proyecto del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, no obstante los fundados argumentos técnicos y profesionales que multitud de organizaciones han vertido en torno a la viabilidad e imperiosa necesidad que representa el mismo para el futuro desarrollo integral de esta nación.
A manera de poder dimensionar lo que en el terreno de los hechos representa el “tentador” argumento del cambio irresponsable y sobre todo el gran costo que conlleva cuando éste se analiza a la luz de las consecuencias que traé aparejado, quisiera referirme a una experiencia personal de la que yo fui partícipe en mi calidad de funcionario de gobierno hace exactamente la friolera de 38 años, experiencia ésta que describo con lujo de detalles en mi libro Confieso que es…simple en un capítulo intitulado La fórmula mágica para gobernar.
Por razones de espacio y fundamentalmente por el respeto que me merece el público que lee este artículo, haré referencia únicamente a los aspectos centrales de esta experiencia. La misma habla de un amigo personal que por ese entonces estaba cercano a cumplir los 30 años de edad y cuya incipiente carrera política lo habían colocado de la noche a la mañana en “los cuernos de la luna” de la política mexicana, al ser electo el Presidente Municipal más joven en la historia de la Capital del Estado de Puebla.
En buena medida y gracias al certero trabajo político y administrativo de quién lo había antecedido en el cargo -amigo de ambos por cierto- su campaña electoral fue algo así como “cuchillo en mantequilla”, lo que le permitió obtener el día de la votación un triunfo por demás holgado.
Habiendo yo manejado su campaña de comunicación y propaganda y con la confianza que me brindaba mi relación personal de muchos años atrás, la noche del día mismo de la elección, habiendo ya recibido su constancia de triunfo y pasadas la euforia y las felicitaciones consabidas, mostrando una expresión que distaba mucho de ser alegre, me dijo con un dejo de angustia: “Estoy apanicado”. ¿Y eso? –le contesté- supongo yo que debería ser todo lo contrario. ¿Por qué?, ¿qué sucede?. “Lo que pasa –me expresó- es que me acaba de caer el veinte de que ya soy la nueva autoridad municipal y, la verdad, ¡no sé ni por dónde empezar!”
SENTIDO COMÚN
Con mi experiencia fresca de fungir todavía como jefe de asesores del presidente municipal en funciones y de haber sido testigo y partícipe de una gestión exitosa, reconocida por todos, en donde el signo distintivo había sido la implementación de puras acciones de sentido común; o sea, prácticas y viables; que atendían reclamos sentidos de la población; de servicio comunitario; tangibles y coparticipativas, entre otras, combinado todo ello con una sana administración, le comenté: “mira mi cuate, te voy a dar un consejo con la mejor buena intención de que te vaya bien en tu gobierno”.
- Analiza todo lo bueno y efectivo que haya hecho nuestro amigo, el actual presidente, y simplemente continúalo. No te preocupes si gente cercana a ti, o supuestamente cercana, te empieza a meter en la cabeza que eso no es conveniente porque te van a tildar de copión o algo por el estilo, porque eso es lo que menos te va a reprochar la ciudadanía;
- Siguiendo la línea anterior, invariablemente surgirán otras acciones o proyectos potenciales que hayan quedado en cartera o que tengan una estrecha vinculación con lo anteriormente realizado, los cuales, por puros sentido común puedas tú llevar a cabo exitosamente;
- Analiza las obras que se encuentran en proceso y termínalas, exactamente con el mismo criterio anterior;
- Aquello que objetivamente consideres que se hizo mal, pues en definitiva retíralo de tu agenda de trabajo:
- Si después de hacer todo lo anterior todavía te queda tiempo para llevar a cabo algo de lo nuevo que tienes en mente, pues empréndelo, pero siempre atendiendo al principio de no hacer obras faraónicas que puedan afectar el ritmo natural de crecimiento del municipio y que además de, dejen a éste saturado de deudas que afecten al que te sigue.
“Eso es todo. Puedes tener la certeza de que terminarás con banderas desplegadas y con la puerta de par en par para la grande” (la gubernatura)
En los hechos, las cosas fueron totalmente al revés. La influencia de sus cercanos le hizo tomar la dirección contraria: pretender inventar el hilo negro con acciones que cancelaron el esfuerzo anterior (ojo: ¿acaso un deja vu con la idea de “ya sabes quién” de cancelar el Nuevo Aeropuerto de la CDMX?) y que terminaron hundiendo al municipio en una de sus épocas más aciagas en materia de servicios y obras públicas, al tiempo de significar el intempestivo punto final de la carrera política de este personaje.
La lección quedaba plasmada: no se puede atentar contra el sentido común en el ejercicio de gobierno, cualquiera que sea la escala de poder que se tenga, porque las consecuencias son catastróficas.
“Los pueblos que desconocen la historia
están condenados a caer en sus mismas tragedias”
Aristóteles
Raúl Victoria Iragorri