Por: Alejandro Basáñez Loyola
La cultura tolteca fue una sociedad militarizada que dominó el escenario cultural mesoamericano a partir del Posclásico Temprano (900-1200 d.C.). La palabra toltecátl era sinónimo de pueblos cultos y de personas con habilidades artísticas.
Los toltecas se asentaron principalmente en la ciudad de Tula, Hidalgo, a 80 kilómetros de las futuras Tenochtitlan y Ciudad de México. Fue una de las culturas más importantes de Mesoamérica. Su influencia, arquitectura y arte se transmitieron en distintas regiones y culturas.
El gobernante más importante que tuvieron fue Ce Ácatl-Topiltzin-Quetzalcóatl, una extraña mezcla entre hombre y divinidad. Un regente que le dio un giro total a la idiosincrasia de los toltecas.
No se sabe de dónde vino Quetzalcóatl. Su origen es un misterio que se presta a muchas teorías. Algunos investigadores lo mencionan como un vikingo que naufragó en las costas de Veracruz y en su andar tierra adentro, se encontró con los toltecas, convirtiéndose en su rey dios.
Ce Ácatl-Topiltzin-Quetzalcóatl trajo un nuevo orden e ideas religiosas para los toltecas. Prohibió los sacrificios humanos, cambiándolos hacia insectos y pequeños animales. Después de un tiempo de bien gobernar a los toltecas, Quetzalcóatl fue tentado por Tezcatlipoca, su acérrimo enemigo, el cual lo emborracha y le pone a una familiar cerca de él para que abuse sexualmente de ella. Al caer en esta tentación, Tezcatlipoca demuestra a los toltecas que Quetzalcóatl no es ningún ser perfecto, y que como cualquier mortal cae fácilmente ante los placeres de la carne. Quetzalcóatl, decepcionado por su error abandona a los toltecas partiendo hacia el este, prometiendo algún día volver. Por coincidencias en narraciones mayas contemporáneas, se cree que viajó hacia Yucatán, convirtiéndose en el gran Kukulkán.
Por años se ha considerado a Tula como la capital del imperio tolteca, aunque algunos arqueólogos describen políticamente a los toltecas más como un reino que como un imperio asentado en una sola ciudad. Algunos creen que el término tolteca aplica mejor para describir una civilización, en vez de una entidad política. De un modo u otro, los toltecas vinieron a ocupar el vacío de poder dejado por la caída de Teotihuacán, alrededor del siglo 8 d.C.
La primera villa en el sitio donde se encuentra la actual Tula se estableció alrededor del 400 d.C. Los arqueólogos llaman a esta primera fase de ocupación como “Tula Chico” o “Pequeña Tula”. En su apogeo Tula Chico llegó a albergar más de 20,000 habitantes y cubrió seis kilómetros cuadrados de área.
Entre el 850 y 900 d.C. Tula Chico fue misteriosamente abandonada. Tiempo después una nueva ciudad fue construida encima de la vieja, y los arqueólogos llamaron a esta ciudad “Tula Grande.”
Esta nueva Tula creció hasta convertirse en la ciudad más grande de Mesoamérica, y en su apogeo, hace mil años, albergó una población de 50,000 habitantes, con unos 20,000 desperdigados en la periferia. El área urbana se extendió hasta cubrir 1,000 kilómetros cuadrados.
En Tula Grande se encuentran los cuatro famosos atlantes o tlahuizcalpantecuhtlis. Cuatro guerreros de basalto de casi cinco metros de alto cada uno, vigilando celosamente su ciudad como custodios invencibles, captando todo frente a ellos con sus anteojos de astronauta. Tula Grande fue excavada en 1939 por el arqueólogo Jorge Ruffier Acosta, a quien se le reconoce como el descubridor de los atlantes de Tula.
En Tula Grande, zona con monumentos basálticos, se encuentra el Edificio C o Palacio Quemado, una plaza con decenas de columnas con rastros de ceniza en su interior, todas ellas sólidas columnas que sostuvieron por años el gran techo de un palacio, y que según Jorge Acosta, fue incendiado y saqueado al abandonar la ciudad.
La plaza cuenta con una banqueta con trece personajes que cargan instrumentos musicales y armas. Hay grabados de serpientes de nube, a las que les daban mucha importancia. Ahí también se encuentran las llamadas columnas serpentinas, decoradas por una serpiente emplumada, representando al gran Quetzalcóatl. Por otra parte, las pilastras —ubicadas una detrás de cada uno de los atlantes— contienen representaciones que parecen alusivas al enfrentamiento entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, su eterno rival de acuerdo con la mitología nahua.
La pirámide B, donde se encuentran los atlantes, cuenta con 12 metros de altura y se asemeja mucho a la del Sol en Teotihuacán. La escalinata está orientada al ocultamiento del sol y tiene cinco cuerpos y alfardas que limitan con las escalinatas.
Los imponentes atlantes o tlahuizcalpantecuhtlis llevan yelmos circulares, orejeras tubulares; cinturones con escudos, tanto en pecho como en espalda; llevan puesto un taparrabo, rodilleras y sandalias donde emergen pies con gruesos y vistoso dedos. Todos los guerreros de basalto cargan instrumentos que pueden ser tomados como armas prehispánicas, como el cuchillo curvo y el átlatl, o con más imaginación: pistolas desintegradoras, radios y armas lanza dardos sofisticadas. En la parte trasera de cada atlante, a la altura de la cintura, hay una ventana donde se asoma un hombre, como si fuera el tripulante de un tanque de guerra.
¿Quiénes fueron los tlahuizcalpantecuhtlis? ¿Acaso fueron unos poderosos guerreros extraterrestres que visitaron a los toltecas y por un tiempo fueron sus protectores? ¿Es coincidencia que en la legendaria Tiahuanaco de los Andes también exista un atlante (el monolito Ponce) vigilando la ciudad? ¿Existe una relación entre los colosos de la isla de Pascua, celosos vigilantes del océano pacífico, el Viracocha andino y los atlantes de Tula? ¿Quién fue Ce Ácatl-Topiltzin-Quetzalcóatl? ¿Fue acaso un vikingo perdido en las costas de Golfo? ¿Fue un apóstol de Cristo, misteriosamente transportado a América? ¿Fue un dios atlante, viajando en una nave con forma de serpiente o dragón de paso por la Tierra?
Alejandro Basáñez Loyola
Autor de las novelas: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” de Ediciones B y “Juárez ante la iglesia y el imperio”; “Kuntur el Inca” de Editorial y “Vientos de Libertad” de Lectorum.
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