Una Colorada (vale más que cien descoloridas)
El concepto tiene asiduamente dos ámbitos, el primero se vincula con la salud y el segundo está estrechamente ligado a lo religioso. En ocasiones ambos se relacionan entre sí y casi siempre tiene un referente de tiempo de tal forma de una cuarentena puede ser 40 horas, días, meses o años.
Varios siglos antes de Cristo este concepto lo usaban y quedan ejemplos en la Tora, el antiguo testamento, y otras fuentes históricas, en las que se menciona la necesidad de recluir por siete días o más a quien presentaba síntomas de alguna enfermedad como la lepra por ejemplo, que más allá de lo médico, mantiene por mucho tiempo en el siglo VI eran varias las colonias de leprosos solo en Europa, mandatos de aislamiento hasta que se considera superado el contagio.
Confinar a un ser vivo (humano o animal) como medida preventiva, en ocasiones se asocia a eventos verdaderamente truculentos y hasta criminales ¿cuantas historias conoces de psicópatas que mantienen en aislamiento a mujer e hijos porque supuestamente así los protegen? Las generaciones jóvenes ¿entienden el aislamiento más allá de la infección virulenta de su computadora?
En estos días de encierro ¡que no son vacaciones! Los niños de secundaria ¿ya pueden sostener una conversación acerca de las epidemias de peste negra, gripe española, paludismo, fiebre amarilla, malaria, dengue, viruela, poliomielitis, VIH, Ébola y las diversas gripas virales? ¿Saben los ciudadanos del siglo XXI, cuantas cuarentenas, en que lugares se dieron y a quienes afectaron estas epidemias y pandemias?
En el ámbito religioso citaré solamente lo cristiano, son cuando menos una docena de veces que se menciona cuarentena en la Biblia, como fue el tiempo de duración del diluvio; la edad que tenían Isaac y Essaú cuando celebraron su matrimonio; el éxodo del pueblo escogido cuando sale de Egipto se dice que estuvieron en el desierto 40 años los días que pasaron en aislamiento primero, Moisés y luego Jesús, uno en el monte Sinaí y el segundo en el desierto; el tiempo que ocuparon los espías israelitas para explorar la tierra prometida; las mañaneras que Goliat, vociferó retando a los israelitas antes de que lo venciera David; la cantidad de años que durarían en el trono Samuel, David y Salomón.
Más allá de los cuarenta días que debieron pasar para que el niño de Belén fuera presentado en el Templo y el anuncio de Jonás en la población de Nínive a la cual le reveló que en 40 días seria destruida (Jonás 3,4) o aquellas 2,800 horas que en medio de la depresión y el temor, pasó en el desierto el profeta Elías, antes de aprender a escuchar el viento suave y apacible que le reencontró con Jehová; o los no muy claros eventos que se dieron durante los 40 días posteriores a la crucifixión con relación a Jesucristo y lo último que enseñó presencialmente a sus discípulos, antes de ascender a otra dimensión.
Me quedo con la cuarentena posterior a su bautizo que pasó Jesús en preparación de su ministerio; tiempo aquel en el que sufrió limitaciones, dolor físico, quebranto emocional y sobre todo tentaciones.
Estas presentadas justo en los momentos de más debilidad física humana, ofreciendo poder, control de otros o riqueza ¿Puedes hablar de lo que te ha ocurrido en esta cuarentena casi doble que nos constriñe a no salir de casa? ¿Cuántas tentaciones te han abordado?
Muchos han renegado, algunos se han revelado y botando los protectores salen, bailan, cantan en grupo como si nada pasara. A pesar de la oportunidad siguen sin saber cómo conversar con la esposa(o) y los hijos. ¿Todos los empresarios entienden lo que ha significado este alto en el camino? ¿Algunos de los miembros del crimen organizado se han detenido a reflexionar en vez de aumentar la virulencia de sus delitos?
La generación que se dice salió con Moisés tras la oferta de la tierra prometida, al igual que hoy no fue homogénea, algunos se oponían a todo, renegaban, criticaban, incluso se rebelaban y la sentencia a “esa mala generación”, fue el no llegar a ser beneficiaria de la tierra esperada.
Hoy las reglas de la relación con Dios, al cual muchos niegan y en general se rebelan, ha cambiado, desde que la paga del pecado tiene la posibilidad de dejar de ser muerte para convertirse en dádiva de Dios como vida eterna ¿Puede después de casi 90 semanas de encierro entender la profundidad del ruego “perdónalos que no saben lo que hacen”? ¿Qué significa entonces morir en soledad, sin despedidas, ni funerales en forma, sin embalsamamiento, ni velatorios y con un brevedad imposible de asimilar?
Qué nos asusta más ¿la muerte del otro padre, madre, tío, hijo, empleado, jefe o la posibilidad de que muriendo yo ni siquiera nuestros restos sean entregados a los familiares por el caos de tantas desapariciones? ¿Se imagina que lo que sus deudos creen son sus cenizas sean las de otro?
Si los restos que están colocados en el nicho “fifi” de tu propiedad son los de un obrero o un ama de casa de clase media baja por la equivocación de alguien ¿eso podría haber cambiado sin la mutación de los virus que nos obligó a la cuarentena? ¿Y cuál sería la pérdida o la ganancia? ¿Cuantos de verdad se comportaron como nazareos separados no nazarenos de Nazaret a los que les estaba prohibido tocar y estar cerca de los cadáveres, sin molestarse o culpar a alguien?
Confinar a un ser vivo humano o animal como medida preventiva, en ocasiones se asocia a eventos verdaderamente truculentos y hasta criminales ¿cuantas historias conoces de psicópatas que mantienen en aislamiento a mujer e hijos porque supuestamente así los protegen? Las generaciones jóvenes ¿entienden el aislamiento más allá de la infección virulenta de su computadora?
En estos días de encierro ¡que no son vacaciones! Los niños de secundaria ¿ya pueden sostener una conversación acerca de las epidemias de peste negra, gripe española, paludismo, fiebre amarilla, malaria, dengue, viruela, poliomielitis, VIH, Ébola y las diversas gripas virales? ¿Saben los ciudadanos del siglo XXI, cuantas cuarentenas, en que lugares se dieron y a quienes afectaron estas epidemias y pandemias?
Se supone que en México hoy iniciamos una nueva normalidad ¿Seguiremos dispuestos a vender nuestra alma al diablo por el consumo de algo que estamos acostumbrados a comprar? ¿Qué piensa de quienes prefieren contagiarse en las largas filas de los compradores de cerveza? ¿Volveremos a la modernidad de mujeres, que no guardan cuarentena después de haber parido? Y ¿nos avergonzaremos por no haber cortado nuestros cabellos en vez de valorar que eso era una característica que distinguía a los especiales de pueblos israelitas?
Quién sabe qué será lo fácil para la nueva normalidad, lo cierto es que una gran mayoría habrá desaprovechado esta maravillosa oportunidad que se nos ha dado para estar más cerca de nosotros mismos, reflexionando en la trascendencia de que permanezcamos viendo salir el sol cada mañana.