Hablar de educación indígena en México no puede hacerse sin conocer la filosofía de la educación rural a través de la obra de personajes como Moisés Sáenz, Manuel Gamio, Rafael Ramírez, Gregorio Torres Quintero, José Vasconcelos, Narciso Bassols, Jaime Torres Bodet y Gonzalo Aguirre Beltrán, quienes delinearon un proyecto nacional derivado de los ideales de la Revolución mexicana y que puede abordarse en dos etapas. La primera va de 1920 a 1940, concretamente a partir de 1928, cuando se define la política indigenista como proyecto nacional, con cuatro postulados básicos: el enfoque integral como método, la coordinación como instrumento, la comunidad, no el individuo como sujeto de educación y el proyecto regional como procedimiento de ataque a un vasto problema. (Aguirre, 1973) Con la consolidación del Estado educador, se habían ensayado distintos proyectos en materia educativa: la laicidad de la educación, su gratuidad y su carácter popular eran texto de ley, las campañas de alfabetización y las misiones culturales llegaban a los rincones más lejanos, las escuelas rurales y los centros de capacitación económica y técnica aumentaban.
La segunda etapa podemos situarla entre 1940 a 1968, la educación dejó atrás su radicalismo y desde la ley y el discurso fue imponiéndose el concepto de que la escuela debía contribuir a formar ciudadanos y hacer que indios, campesinos y trabajadores se identificaran como mexicanos y mestizos. La escuela tenía un papel importante para lograr la transformación de la educación rural con cuatro aspectos: el biológico para fomentar hábitos de conservación de salud, así como costumbres y prácticas con el objetivo de mejorar las condiciones de la raza indígena; el económico, para llevar las técnicas modernas de los sistemas de producción a las comunidades y aumentar el ingreso de cada familia campesinas; el cultural o técnico cuyo fin era enriquecer los conocimientos las masas indígenas para hacerlas fuertes y aptas para salvarse, en cuanto a social y humano había que lograr una síntesis de dos culturas, conservando los valores positivos de las razas indígenas y tomando de la civilización occidental lo necesario para fortalecerlos hasta lograr un sistema orgánico de convivencia política. (Bassols, 1964) Las iniciativas para ocuparse del problema indígena fueron concretándose: en 1936 fue fundado el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (DAAI) por iniciativa de Moisés Sáenz, con la tarea de investigar, consultar y representar a las comunidades ante el gobierno, en 1939 Luis Chávez Orozco ocupó la dirección y convocó a un plan de desarrollo de las regiones étnicas, cuya actividad central sería la implementación de proyectos de alfabetización en lenguas vernáculas. Fue denominado Proyecto Tarasco y realizado en Michoacán con investigadores, lingüistas y filólogos del INAH, del Instituto Lingüístico de Verano y del DAAI. Los investigadores notaron la indiferencia de los indígenas por una escuela ajena a sus prácticas y valores, entonces realizaron un estudio de las lenguas en la región con el propósito de enseñar a leer y escribir en lengua materna. Tal tarea requería reclutar maestros conocedores del idioma para formar misiones alfabetizadoras, con el propósito de capacitar a los maestros residentes y que a la larga éstos pudieran quedarse a cargo de la escuelas rurales. (Aguirre, 1993) En 1946, el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas desapareció para crear la Dirección General de Asuntos Indígenas como dependencia de la Secretaría de Educación, y en la cual fue nombrado director Gonzalo Aguirre Beltrán. Un año después, Alfonso Caso logró convencer a Miguel Alemán para fundar el Instituto Nacional Indigenista (INI); la antropología práctica era ya una política de Estado, tal como lo quisieron Gamio y Sáenz. (Aguirre, 1993) Desde el INI se impulsaron los Centros Coordinadores establecidos en regiones geográficas interculturales y su trabajo se concentró en programas regionales con tres acciones básicas: la acción económica agropecuaria, la acción educativa de carácter elemental, con la lectura y la enseñanza del español y nociones de aritmética y la acción sanitaria. A finales de años setenta, la crítica a la obra de Aguirre y a los Centros que habían fundado, lo colocó en un serio debate, la antropología social fue acusada de ser un instrumento del colonialismo interno. En respuesta Aguirre defendió la necesidad de una educación intercultural bajo el supuesto que postulaba “el respeto irrestricto a la dignidad de la persona y de la cultura del educando, para desarrollar el valor potencial de su existencia, tanto en provecho de la sociedad como de él mismo” (Aguirre, 1973, p. 35). Sin embargo, los gobiernos de Ordaz, Echeverría y López Mateos ya estaban concentrados en la planeación integral, la simplificación de programas, la expansión y el mejoramiento de la enseñanza, así como la utilización de medios masivos de comunicación como radio y televisión. Era un contexto donde el modelo educativo formaba para el trabajo productivo, la educación indígena quedaba relegada de los intereses nacionales. El neoliberalismo terminaría por olvidarla nuevamente, con programas asistenciales, pero escaso apoyo educativo para la formación de docentes y la construcción de escuelas. En estos días, el gobierno de transición ha presentado un Programa Nacional de los Pueblos Indígenas, habrá que revisar en el pasado para no cometer los mismos errores.
Bibliografía
Aguirre Beltrán, Gonzalo. (1973). Teoría y práctica de la educación indígena, SEP-SETENTAS, México.
_____________. (1993). Obra antropológica XII. Lenguas vernáculas, Gobierno del Estado/ Universidad Veracruzana/Instituto Nacional Indigenista, México.
Bassols, Narciso. (1964). Obras. Introducción de Jesús Silva Herzog, Fondo de Cultura Económica, México.
Mtra. Virginia Amelia Cruz Mirón