Presidente electo:
Me dirijo a ti con respeto a la investidura presidencial que tendrás a partir del próximo 1º de Diciembre. Me estoy permitiendo hablarte de tú ya que no me motiva hacerlo de usted, a diferencia de la opinión que tuve de ti el pasado 1º de Julio por la noche al escuchar tu primer mensaje a la nación, ya sabiéndote ganador de la contienda, y en el cual ofreciste gobernar para todos, actuar con respeto a las leyes, garantizar la estabilidad económica del país y no meter las manos en los órganos autónomos, entre otras promesas.
En este 29 de Octubre en que irónicamente y sin ser todavía presidente en funciones, tuviste en tus manos la decisión de apoyar o no la continuidad del aeropuerto de Texcoco, en virtud de que serías tú y nadie más que tú quién habría de tomarla, se te presentaba sin duda una oportunidad inigualable de poder honrar esas palabras que le dirigiste a todo un país.
Una de las preguntas que siempre me formulé a lo largo de los 20 años que llevo de conocerte a través de los medios, era imaginar cómo serías en caso de llegar a tener el poder presidencial. Esto es, en pocas palabras si actuarías sensatamente o por el contrario seguirías persistiendo en la mentira, en la manipulación, en la simulación y en el engaño, de los que reiteradamente hiciste gala durante esos cinco lustros.
Decía Platón que para hacer un buen gobierno había que gobernar con la razón y eso es lo que tenías a la mano que empezar a demostrar con la decisión que tomarías sobre el destino del aeropuerto de Texcoco. Como sempiterno candidato que fuiste durante esos 5 lustros te pudiste dar el lujo de decir todo lo que quisiste, pero ahora que empiezas a desempeñar de facto la enorme responsabilidad que tienes entre manos, debías tomar una decisión crucial: o estabas en favor de la razón o estabas en contra de ella. No había de otra. O la bebías o la derramabas.
Y para ser fiel a tu soberbia y para mala fortuna de todos los mexicanos, decidiste derramarla. El no saber honrar tu palabra y esa egolatría sin par que te caracteriza, te llevaron a aferrarte con uñas y dientes a tu ocurrencia –por no decir insensatez- de campaña y tomaste la decisión de hacer olímpicamente a un lado el aeropuerto de Texcoco, dando una prueba contundente de pasarte por el arco del triunfo al menos común de tus sentidos: el sentido común.
Para decirlo en términos gráficos: con este proceder tan primitivo con que te manejaste, a todas luces decidiste inclinarte, a pesar del altísimo costo que eso traería (y traerá) aparejado para tu credibilidad y para nuestro propio país, por el camino de la insensatez en lugar de haber escogido el que muchos mexicanos con dos dedos de frente anhelábamos que siguieras: el contrario, esto es, el de la prudencia, la coherencia y el buen juicio.
Quien iba a pensar que escasamente faltando un mes para que tomaras posesión como presidente de la república, tu caprichosa y absurda decisión dejara de manifiesto que no tienes ni la más remota idea de lo que es la honestidad, la congruencia, el respeto, la ecuanimidad y sobre todo el cumplimiento elemental de la palabra empeñada, cualidades éstas que resultan fundamentales para quién aspira a ejercer esta delicadísima responsabilidad.
Las cosas, presidente electo, hay que decirlas tal y como son. Mal haríamos aquellos que estamos conscientes de la difícil realidad que enfrentamos y estamos en vías de enfrentar, el quedarnos callados y aceptar sumisamente como haces añicos más temprano que tarde a nuestro país. Mal harías si por ello me llamaras ciudadano “fifi”, tal y como los has hecho con todos les medios de comunicación, periodistas y organizaciones que han decido cuestionar tu conducta.
Muy por el contrario a ese proceder, aspiro en verdad a que decidas sacar del baúl de los olvidos a tu sentido común y ejerzas de la mano de éste un gobierno que nos permita dormir tranquilos y por qué no, hasta sentirnos orgullosos el día de mañana de tu desempeño, al poder constatar que por fin te cayó, como solemos decir coloquialmente los mexicanos, el veinte. Por el bien de México espero que así sea.
Atentamente
Raúl Victoria Iragorri
Autor del libro Confieso que es…simple