Leona Vicario
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Leona Vicario

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Leona Vicario nació en 1789 en la Ciudad de México.   Era la hija única de un prominente comerciante español de nombre Gaspar Martín Vicario, oriundo de Castilla la Vieja y la toluqueña Camila Fernández de San Salvador.​ Como niña criolla tuvo una infancia feliz y desahogada, con una amplia educación con los mejores maestros en las bellas artes y ciencias. Destacó como brillante alumna en sus clases de  dibujo bajo la tutela del famoso pintor Tirado.​ Entre los libros que forjaron su carácter destacan: Idea del universo, del jesuita Lorenzo Hervás y Panduro e Historia natural general y particular, de George Lous Leclere Buffon.

   Leona quedó huérfana  a los dieciocho años, permaneciendo  bajo la custodia  de su celoso  tío, el albacea Agustín Pomposo Fernández de San Salvador. ​ Cediendo a sus caprichos, el tutor compró una enorme casa en la calle de don Juan Manuel 29 y la dividió en dos viviendas contiguas, para que cada uno habitara  en su espacio propio, pero él siempre al lado, en compañía de su familia,  atento a lo que se le pudiera  ofrecer.

   Su previsor tío, cuidando el patrimonio familiar, la compromete en matrimonio con el coronel y abogado Octaviano Obregón. La boda tendrá que esperar indefinidamente, ya que el abogado es enviado a España, como diputado de las Cortes de Cádiz.

   En 1811 conoce al yucateco  Andrés Quintana Roo, un destacado estudiante de leyes que trabajaba en el despacho de Fernández de San Salvador. Andrés, perdidamente enamorado de ella, solicita la mano de Leona a don Agustín, siendo rotundamente rechazado por pobre e insignificante. Leona, nada contenta con la decisión de su tío,  busca la manera de casarse con él a escondidas y apoyar su locura de ayudar a la causa insurgente, comprometido asunto en la que la había involucrado desde meses atrás el tinterillo yucateco.

   Desde 1810, Leona Vicario es  integrante  de  Los Guadalupes, una sociedad secreta que lucha por la independencia de la Nueva España. Dentro de los destacados  integrantes de la clandestina red,  que se comunicaban por  correos secretos con la organización, se encontraban los curas Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, teniendo acceso a información privilegiada de la guerra  insurgente contra el virreinato.​ Dentro de los correos se maneja información sobre las estrategias de los españoles para combatir a los insurgentes. Además, lleva tiempo dando protección económica  a fugitivos, ayuda médica a los rebeldes y distribuye noticias actualizadas de cuantas novedades ocurren dentro de la corte virreinal.​

   Ferviente promotora de la causa insurgente, a finales de 1812 Leona convence a unos armeros vizcaínos para que se unan al bando insurgente; mudándose a Tlalpujahua, localidad en la que está instalado el campamento de don  Ignacio López Rayón, donde se dedicarán a fabricar cañones, financiados con el producto de la venta de parte de su patrimonio.​

   En marzo de 1813, una de sus cartas es interceptada por los realistas, al ser capturado el arriero que la llevaba; Leona, al enterarse, huye precipitadamente con rumbo a San Ignacio, Michoacán, y de ahí a Huixquilucan, Estado de México.​ Los contactos del tutor la localizan y salvan de una situación penosa, donde Leona sin dinero, sufre desnutrición por no comer bien en los días que anduvo en fuga. Al regresar a su casa es detenida por su mismo tío, que temiendo lo peor para ella como represalia del gobierno, la encierra en su casa mientras aboga por su causa.

   El tutor mueve tierra y mar para evitar que su protegida caiga en la cárcel, o algo peor: que sea ejecutada por traición a la Corona. Teniendo todas las pruebas en su contra, no puede evitar que las autoridades la procesen conforme a la justicia.​ La Real Junta de Seguridad y Buen Orden le instruye en un proceso en el que  aparecen los documentos que la inculpan, entre otros, los relativos a su fuga para pasarse al campo de los rebeldes. Leona es sometida a interrogatorio y se presentan las pruebas que la inculpan. Fiel a la causa de los Guadalupes, no delata a ninguno de  sus compañeros. Leona Vicario es declarada culpable y se le condena a formal prisión y a la incautación total de todos sus bienes.​ El tenaz tutor logra que la recluyan en el Colegio de Belén de las Mochas. En este convento se mantendrá enclaustrada durante 42 largos días.

   Desde el 20 de abril de 1813, seis insurgentes llevan días rondando el Colegio de Belén, estudiando en detalle su movimiento. Al día siguiente, al anochecer, tres de ellos se dirigen a la reja del colegio, mientras que los otros tres aguardan en los arcos, alistando  a los caballos para la planeada fuga. Justo a las siete de la noche, cuando las monjas se acercan al portón para cerrarlo con cadenas y candados, Cruz Iturbe las encañona amenazante:

   —Aun lado o las balaceo, viejas cabronas.

   Las monjas quedan paralizadas por el terror. Cruz deja a uno de sus hombres vigilándolas, mientras él y otro ingresan al convento sembrando el pánico entre las mujeres.

   —¿Quién de ustedes es Leona Vicario? —les grita soltando un tiro al techo del recinto.

   Las mujeres callan aterradas, mirándose unas a otras sin saber qué hacer o decir. De pronto una de ellas, una mujer delgada y bonita de veinticuatro años, que contrastaba notoriamente con la fealdad de las otras, dice, dando un paso al frente:

   —¡Los estaba esperando, hermanos míos! ¡Huyamos de aquí!

   Cruz se queda impresionado por la belleza de la mujer a la que no conocía más que por historias sobre su entrega a la causa rebelde. Ambos salen caminando rápidamente del colegio con Leona tomada de la mano. Afuera montan sus caballos y huyen, aparentemente hacia la garita más cercana.

   Por precaución mejor se refugian en un barrio cercano, en espera de que pase la tormenta originada por la fuga. Era de noche y las garitas se encontraban  cerradas.

   Leona pasa varios días en la ciudad hasta que la vigilancia en las garitas disminuye, y es cuando aprovecha para huir.   Dentro de una caravana de arrieros va montada sobre un caballo una negrita simpática que sonríe amable al encontrarse con los soldados virreinales. La atrevida mujer lleva escondido entre huacales y ropa, el delatador material de imprenta para los periódicos insurgentes. El disfraz es un éxito y logra abandonar la ciudad rumbo al encuentro con los insurgentes en Tlalpujahua, Michoacán, donde finalmente contrae matrimonio con Andrés Quintana Roo.​ A partir de entonces se convierten en un matrimonio al servicio de la insurgencia y del Congreso de Chilpancingo. Morelos al tanto de la situación financiera de Leona;  decide recompensarla con una asignación económica, más tarde ratificada y aprobada por el propio Congreso, el 22 de diciembre de 1813.

Alejandro Basáñez Loyola

Por Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas de Ediciones B: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” y “Juárez ante la iglesia y el imperio” de Lectorum.  

 Facebook @alejandrobasanezloyola 

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